NO AL FORMALISMO (II)

Incluso de este lado de la cruz, en la era en la que debería ser por siempre desechado, el mismo frío formalismo, la apariencia vacía, han sido exaltados y han afligido a la profesión de cristianismo por doquier. Muy pronto irrumpieron en la iglesia hombres no convertidos, y se exaltaron a sí mismos en el lugar de Cristo. No habiendo hallado la presencia viviente de Cristo en el corazón mediante una fe viva, procuraron conservar siempre las formas del cristianismo a modo de sustituto de la presencia de Cristo, el único que puede dar significado y vida a esas formas.

En ese sistema de perversidad, la regeneración tiene lugar mediante la formalidad del bautismo, e incluso eso, por la mera aspersión de unas gotas de agua; la presencia real de Cristo se encuentra en la "sagrada forma" de la Santa Cena; la esperanza de la salvación radica en estar conectado con una forma de la iglesia. Y así sucesivamente con toda la lista de las formas del cristianismo. No estando satisfechos con haber pervertido de esa manera las formas divinamente establecidas del cristianismo, añadieron a eso diez mil invenciones de su propia cosecha, como penitencias, peregrinajes, tradiciones y minucias caprichosas.

Y, como sucedía en la antigüedad –y ha sucedido siempre en el culto formalista–, la vida es una pura exhibición continuada de las obras de la carne: contiendas, pleitos, hipocresía e iniquidad, persecución, espionaje, traición y toda obra malvada. Tal es el papado.

El espíritu maligno del funesto formalismo se ha extendido, no obstante, mucho más allá de las fronteras del papado organizado. Aflige hoy por igual a toda profesión de cristianismo, en todo lugar. La profesión de cristianismo del mensaje del tercer ángel tampoco ha escapado totalmente. Vendrá a ser el mal prevaleciente en los últimos días, hasta la misma venida del Señor en gloria, en las nubes de los cielos.

"Esto también sepas, que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos: Que habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, detractores, desobedientes a los padres, ingratos, sin santidad, sin afecto, desleales, calumniadores, destemplados, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, arrebatados, hinchados, amadores de los deleites más que de Dios; teniendo apariencia de piedad, mas habiendo negado la eficacia de ella: y a estos evita" (2 Tim. 2:1-5).

Esa tan extendida forma de piedad desprovista de su poder, y que incluso lo niega, es el funesto formalismo contra el que tenemos que luchar la buena batalla de la fe. La fe viva que trae al mundo el mensaje del tercer ángel, tiene por fin el salvarnos de ser engullidos en esa marea mundial de formalismo mortífero.

Ahora, en lo que respecta a ti personalmente, ¿tienes un formalismo mortal, o una fe viviente? ¿Tienes la forma de la piedad sin su poder?, ¿o tienes, mediante una fe viviente, la presencia y el poder del Salvador viviendo en el corazón, dando divino significado, vida y gozo a todas las formas de adoración y servicio que Cristo estableció; y obrando las obras de Dios y manifestando los frutos del Espíritu en la totalidad de la vida?

Excepto como un medio de encontrar al Salvador viviente –Cristo, en la Palabra, y la fe viva de Él–, hasta esa misma Palabra podría venir a resultar hoy en un mortal formalismo, lo mismo que fue en lo antiguo cuando Él estuvo en la tierra. Les dijo entonces, "Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí. Y no queréis venir a mí, para que tengáis vida" (Juan 5:39,40).

Ellos pensaban encontrar la vida eterna en las Escrituras sin Cristo, esto es, cumpliéndolas ellos mismos. Pero está escrito "que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo", cuando encontramos a Cristo en las Escrituras. No en la letra de las Escrituras sin Cristo, porque ellas son las que dan testimonio de Él. Ese es justamente el propósito de las Escrituras. Por lo tanto, "el que tiene al Hijo, tiene la vida: el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida" (1 Juan 5:11,12).

"La verdadera piedad eleva los pensamientos y acciones; entonces las formas externas de la religión armonizan con la pureza interior del cristiano; entonces las ceremonias que el servicio de Dios requiere no son ritos carentes de significado, como los de los fariseos hipócritas" (Spirit of Prophecy, vol. 2, p. 219).
Bible Echo, 4 febrero 1895

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