NO AL FORMALISMO (I)

El incrédulo Israel, careciendo de la justicia que es por la fe, y por lo tanto, no apreciando el gran sacrificio que hizo el Padre celestial, buscaba la justicia en virtud de ofrecerse a sí mismo, y en virtud del mérito de presentar tal ofrenda.

Se llegó así a pervertir cada fase del servicio, y todo lo que Dios había instituido como un medio de expresar la fe viviente, aquello que carecería de todo significado de no ser por la presencia y el poder de Cristo mismo en la vida. Y no solamente eso. No encontrando la paz y el gozo de una justicia satisfecha en nada de lo anterior, acumuló sobre eso lo que el Señor había establecido con otro propósito, pero que ellos pervirtieron según designios de su propia invención –añadieron a esas cosas diez mil tradiciones, ordenanzas y distinciones caprichosas de su propia imaginación–, y todo, todo, con la vana esperanza de alcanzar la justicia. Los rabinos enseñaban lo que prácticamente viene a ser una confesión de desesperación: "Si una persona pudiese por un solo día guardar toda la ley, sin ofender en ningún punto… Incluso si pudiese guardar ese punto de la ley que tiene que ver con la debida observancia del sábado, entonces terminarían los problemas de Israel, y el Mesías vendría por fin" (Farrar, Life and Work of St. Paul, p. 37. Ver también p. 36 y 83). ¿Qué podría describir el frío formalismo más adecuadamente que eso? Sin embargo, a pesar de esa reconocida carencia en sus vidas, se atribuían aún el mérito suficiente como para tenerse por mucho mejores que los demás, quienes resultaban no ser mejores que los perros, al ser comparados con ellos.

No sucede tal cosa con quienes son tenidos por justos por el Señor, sobre una libre profesión de fe, ya que cuando el Señor tiene a un hombre por justo, este es realmente justo ante Dios, y por eso mismo es separado de entre todos los del mundo. Pero eso no sucede en virtud de ninguna excelencia en él mismo, ni por un "mérito" en nada de lo que haya hecho. Es exclusivamente por la excelencia del Señor, y por lo que Él ha hecho. Y la persona que disfruta de tal situación sabe que por él mismo no es mejor que ningún otro, sino que a la luz de la justicia de Dios que le es impartida gratuitamente, él, en la humildad de la verdadera fe, está pronto a estimar a los demás como mejores que él (Fil. 2:3).

Esa atribución de gran crédito por lo que ellos mismos habían hecho, así como el tenerse por mejores que todos los demás, basado en el mérito de sus realizaciones, los condujo directamente a la propia justicia farisaica. Se creían tan superiores a cualquier otro pueblo, que ni siquiera había base posible para la comparación. Les parecía una revolución absolutamente descabellada la predicación de la verdad de que "no hay acepción de personas para con Dios".

Y ¿qué hay de la realidad cotidiana de un pueblo tal, durante todo ese tiempo? –Oh, solamente una vida de injusticia y opresión, malicia y envidia, disensión y fingimiento, calumnia y habladuría, hipocresía y vileza; enorgulleciéndose de su alta estima por la ley de Dios, y deshonrando a Dios con infracción de la ley; con los corazones llenos de homicidios, maquinando para derramar la sangre de Uno de sus hermanos, mientras que se negaban a cruzar el pretorio, ¡"por no ser contaminados"! Defensores rigurosos del sábado, pero pasando todo el día espiando con malicia, y conspirando para asesinar.

Lo que Dios pensaba –y piensa aún– de todo eso, se muestra claramente, a efectos de lo que nos interesa ahora, en dos cortos pasajes de la Escritura. He aquí su palabra a Israel –las diez tribus– estando todavía en "tiempo aceptable": "Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me darán buen olor vuestras asambleas. Y si me ofreciereis holocaustos y vuestros presentes, no los recibiré; ni miraré a los pacíficos de vuestros engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, que no escucharé las salmodias de tus instrumentos. Antes corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo" (Amós 5:21-24).

Y a Judá, aproximadamente en la misma época, dirigió palabras similares:
"Príncipes de Sodoma, oíd la palabra de Jehová; escuchad la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. ¿Para qué a mí, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Harto estoy de holocaustos de carneros, y de sebo de animales gruesos: no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demandó esto de vuestras manos, cuando vinieseis a presentaros delante de mí, para hollar mis atrios? No me traigáis más vano presente: el perfume me es abominación: luna nueva y sábado, el convocar asambleas, no las puedo sufrir: son iniquidad vuestras solemnidades. Vuestras lunas nuevas y vuestras solemnidades tienen aborrecida mi alma: me son gravosas; cansado estoy de llevarlas. Cuando extendiereis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos: asimismo cuando multiplicareis la oración, yo no oiré: llenas están de sangre vuestras manos. Lavad, limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de ante mis ojos; dejad de hacer lo malo: Aprended a hacer bien; buscad juicio, restituid al agraviado, oíd en derecho al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dirá Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos: si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana" (Isa. 1:10-18).

El mismo Señor había establecido esos días de fiesta y esas solemnes asambleas, ofrendas ardientes, ofrendas de sacrificios animales y sacrificios pacíficos; pero ahora dice que las aborrece y que no las aceptará. Los suaves cantos, ejecutados por corales bien adiestradas y acompañadas de instrumentos musicales en pomposa exhibición, todo aquello que ellos tenían por delicada música, para Dios se había convertido en ruido, y no deseaba oírlo más.

Nunca había establecido ni un solo día de fiesta, asamblea solemne, sacrificio, ofrenda o canto, para un propósito como el que le estaban dando. Los había señalado como el medio de expresar, en actitud de adoración, la fe viviente por la cual el Señor mismo moraría en el corazón y obraría justicia en la vida, de forma que pudiesen oír con derecho al huérfano y amparar a la viuda; entonces el juicio podría correr como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo.

Los cantos elegantes y refinados, si son entonados en clave de exhibición vana, no son mas que ruido; mientras que la sencilla expresión, "Padre nuestro", brotando de un corazón tocado por el poder de la fe viviente y genuina, "pronunciada con sinceridad por labios humanos, es música" que llega a nuestro Padre celestial, quien "ha inclinado a mí su oído" (Sal. 116:2), y trae la divina bendición y fortaleza al alma.

Con ese fin, y no otro, fueron establecidas esas cosas; y jamás con la hueca pretensión de que el formalismo mortal instalado en la iniquidad de un corazón carnal, produjese la respuesta de justicia. Nada la produciría, excepto el lavacro de los pecados por la sangre del Cordero de Dios, y la purificación del corazón por la fe viviente; sólo eso podría hacer aceptables ante Dios todas aquellas cosas que Él mismo estableció.
Bible Echo, 28 enero 1895

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