GÁLATAS 1:3-5

"Gracia sea a vosotros, y paz de Dios el Padre, y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos de este presente siglo malo, conforme a la voluntad de Dios el Padre, y de nuestro Señor Jesucristo; al cual sea la gloria por siglos de siglos. Amén".
"Gracia sea a vosotros, y paz de Dios el Padre, y de nuestro Señor Jesucristo". Ese es el saludo de todas las cartas de Pablo, excepto la dirigida a los hebreos. También las dos de Pedro contienen el mismo saludo, con ligeras variantes.

Sin embargo, de ninguna manera constituye una mera formalidad. Esas epístolas nos han llegado como la palabra de Dios que en realidad son. El saludo, pues, aunque repetido –o más bien debido a que se lo repite–, nos llega como palabra de Dios de bienvenida y confianza plena en su favor y paz, eternamente declarados a toda alma.

Gracia significa favor. Esa palabra de Dios, por lo tanto, extiende su favor a toda alma que la lea o escuche.

Su nombre es ‘misericordioso’ y ‘compasivo’ –que da su favor o gracia. Su nombre no es otra cosa que lo que Él es. Y "es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos". En Él, "no hay mudanza, ni sombra de variación". Por lo tanto, administra siempre a toda alma su gracia, o favor ilimitado. ¡Oh, si todos pudieran creerlo!

"Y paz". Él es "el Dios de paz". No existe la paz verdadera, fuera de la que viene de Dios. "No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos". "Los impíos son como la mar en tempestad, que no puede estarse quieta".

Pero todo el mundo yacía en la maldad, por lo tanto, el Dios de paz proclama paz a toda alma. Cristo, el Príncipe de paz, "nuestra paz", hizo uno de ambos: Dios y el hombre, aboliendo en su carne las enemistades para constituir a ambos –Dios y el hombre– en un nuevo hombre, haciendo así la paz, o "pacificando por la sangre de su cruz" (Efe. 2:14,15; Col. 1:20). Y habiendo hecho la pacificación por la sangre de su cruz, "vino, y anunció la paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca", diciendo: ‘Paz a vosotros’. ¡La paz de Dios el Padre, y de nuestro Señor Jesucristo!

¡Oh, si cada uno decidiera creerlo, de manera que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardase su corazón y mente mediante Cristo Jesús!

"Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones". Permítele que así sea; es todo cuanto pide de ti. No la rechaces ni menosprecies. Acéptala.

"El cual se dio a sí mismo por nuestros PECADOS". Oh hermano, hermana; pecador, cualquiera que seas; cargado de pecados como puedas estar, Cristo se dio a sí mismo por tus pecados. Permítele que los tome. El los compró con el tremendo precio de su yo crucificado. Déjale que tome tus pecados.

No te pide que abandones todos tus pecados antes de poder acudir a Él y ser enteramente suyo. Te pide que vayas a Él, con pecados y todo, y que seas enteramente suyo, pecados incluidos; y Él quitará de ti todos tus pecados por siempre. Se dio a sí mismo por ti, pecados y todo; te compró con todos tus pecados; permite que Él tenga lo que compró, que pueda disponer de su posesión; que pueda tenerte, pecados incluidos.

Él "se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos de este presente siglo malo". Observa que para librarnos de este presente siglo malo, se dio a sí mismo por nuestros pecados. Eso muestra que todo lo que hay contra nosotros en este presente siglo malo, está precisamente en nuestros pecados.

Y fueron "nuestros pecados". Nos pertenecían. Éramos responsables por los mismos. Y en lo referente a nosotros, este presente siglo malo está en nuestro yo personal, en nuestros pecados. Pero, bendito sea el Señor, se dio a sí mismo por nosotros, incluyendo nuestros pecados; se dio a sí mismo por nuestros pecados, nosotros incluidos; y eso lo hizo a fin de poder librarnos de este presente siglo malo.

¿Quieres verte librado de este presente siglo malo? Permítele que te tome, con tus pecados –que él compró, y que por lo tanto, le pertenecen en derecho. No vayas a robarle aquello que es su propiedad, para continuar así en este presente siglo malo, mientras dices que quieres ser librado de él. Por favor, no cometas el pecado adicional de retener aquello que no es tuyo.

Puesto que eran nuestros pecados, y Él se dio a sí mismo por ellos, salta a la vista que se dio a nosotros por nuestros pecados. Por lo tanto, si se dio por tus pecados, éstos se hicieron suyos; y si se dio a ti por tus pecados, Él se hizo tuyo. Permítele tener tus pecados, que son suyos, y tómalo a Él a cambio, que es tuyo. Bendito intercambio, ya que en Él hallas, como tu propiedad, toda la plenitud de la divinidad corporalmente; y todo ello "conforme a la voluntad de Dios". Gracias al Señor por que así sea.
"Al cual sea la gloria por siglos de siglos. Amén".
Review and Herald, 29 agosto 1899

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