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El cuarto capítulo de Romanos es uno de los de mayor riqueza en la Biblia, por la esperanza y ánimo que contiene para el cristiano. En Abraham, tenemos un ejemplo de la justicia por la fe, y queda expuesta ante nosotros la maravillosa herencia prometida a todos los que tienen la fe de Abraham. Y esa promesa no está restringida. La bendición de Abraham viene tanto a los gentiles como a los judíos; nadie hay tan pobre que no pueda compartirla, ya que "es por la fe, para que sea por gracia; para que la promesa sea firme a toda simiente".

La última cláusula del versículo diecisiete merece especial atención. Contiene el secreto de la posibilidad de nuestro éxito en la vida cristiana. Dice que Abraham creyó a Dios "el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como las que son". Eso denota el poder de Dios; implica poder creador. Dios puede llamar algo que no existe como si existiese. Si eso lo hiciese un hombre, ¿cómo lo calificaríamos? Como una mentira. Si un hombre dice que una cosa existe, siendo que no es así, a eso lo conocemos como mentira. Pero Dios no puede mentir. Por lo tanto, cuando Dios llama las cosas que no son como si fueran, es evidente que con ello las hace ser. Es decir, su palabra las hace venir a la existencia. Hay un conocido y antiguo dicho infantil: "si mamá lo dice, es así, aunque no lo fuese". Tal sucede con Dios. En el tiempo referido como "en el principio" –sin más escenario que el desolador vacío de la nada–, Dios habló, e instantáneamente surgieron a la existencia los mundos. "Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el espíritu de su boca… Porque Él dijo, y fue hecho; mandó, y existió" (Sal. 33:6-9). Ese es el poder al que alude Romanos 4:17. Leámoslo y apreciemos la fuerza del lenguaje en relación con lo expresado. Hablando todavía de Abraham, dice el apóstol:

"Él creyó en esperanza contra esperanza, para venir a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que le había sido dicho: Así será tu simiente. Y no se enflaqueció en la fe, ni consideró su cuerpo ya muerto (siendo ya de casi cien años), ni la matriz muerta de Sara; Tampoco en la promesa de Dios dudó con desconfianza, antes fue esforzado en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que todo lo que había prometido, era también poderoso para hacerlo. Por lo cual también le fue atribuido a justicia" (Rom. 4:18-22).

Aprendemos aquí que la fe de Abraham en Dios, como Aquel que era capaz de traer las cosas a la existencia por su palabra, fue ejercida en relación con su capacidad para crear justicia en una persona destituida de ella. Los que ven la prueba de la fe de Abraham como refiriéndose simplemente al nacimiento de Isaac, pierden la enseñanza central y la belleza del pasaje sagrado. Isaac no era más que aquel a través del cual le sería llamada simiente, y esa simiente es Cristo. Véase Gál. 3:16. Cuando Dios dijo a Abraham que en su simiente serían benditas todas las naciones de la tierra, en realidad le estaba predicando el evangelio (Gál. 3:8); por lo tanto, la fe de Abraham en la promesa de Dios era realmente fe en Cristo como el Salvador de los pecadores. Tal era la fe que le fue contada por justicia.

Obsérvese ahora la fuerza de esa fe. Su propio cuerpo estaba ya virtualmente muerto a causa de la edad, y el de Sara no estaba en mejor condición. El nacimiento de Isaac de una pareja tal, no significaba menos que producir vida a partir de los muertos. Fue un símbolo del poder de Dios para traer a la vida espiritual a quienes estaban muertos en transgresiones y pecados. Abraham esperó contra toda esperanza. Humanamente hablando, no había posibilidad alguna de que la promesa se cumpliese; todo iba en contra, pero su fe se aferró y reposó en la inmutable palabra de Dios, y en su poder para crear y dar la vida. "Por lo cual también le fue atribuido a justicia". Y en suma:

"No solamente por él fue escrito que le haya sido imputado; sino también por nosotros, a quienes será imputado, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación" (Rom. 4:23-25).

Así pues, la fe de Abraham fue lo que debe ser la nuestra, y con similar objeto. El hecho de que sea por la fe en la muerte y resurrección de Cristo, que se nos imputa la misma justicia que se le imputó a Abraham, muestra que la fe de Abraham lo fue igualmente en la muerte y resurrección de Cristo. Todas las promesas de Dios a Abraham lo eran para nosotros, tanto como para él. En un lugar se nos dice que eran especialmente para nuestro provecho. "Porque prometiendo Dios a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo". "Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo, los que nos acogemos a trabarnos de la esperanza propuesta" (Heb. 6:13,17,18). Nuestra esperanza descansa, por lo tanto, en la promesa y juramento hechos a Abraham, ya que tal promesa, confirmada por un juramento, contiene todas las bendiciones que Dios puede otorgar al hombre.

Pero antes de pasar a otro punto, vamos a hacer lo anterior un poco más personal. Alma vacilante, no digas que tus pecados son tantos, y tú tan débil, que no hay para ti esperanza. Cristo vino para salvar a los perdidos, y es poderoso para salvar hasta lo sumo a los que por Él se allegan a Dios. Eres débil, pero te dice, "mi potencia en la flaqueza se perfecciona" (2 Cor. 12:9). Y el registro inspirado nos habla de aquellos que "sacaron fuerza de la debilidad" (Heb. 11:34). Significa que Dios tomó la debilidad misma de ellos, y la transformó en fortaleza. Demuestra de ese modo su poder. Es su forma de obrar. "Antes lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo flaco del mundo escogió Dios, para avergonzar lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es: Para que ninguna carne se jacte en su presencia" (1 Cor. 1:27-29).

Ten la fe sencilla de Abraham. ¿De qué manera obtuvo la justicia? No considerando lo mortecino o falto de fuerza que estaba su cuerpo, sino estando dispuesto a dar a Dios toda la gloria. Siendo esforzado en la fe de que Él sería capaz de hacer todas las cosas a partir de lo que no era. Tú, por lo tanto, no consideres la debilidad de tu cuerpo, sino la gracia y el poder de nuestro Señor, teniendo la seguridad de que la misma palabra capaz de crear el universo, y de resucitar los muertos, puede crear en ti un corazón limpio, y vivificarte en Dios. Serás así hijo de Abraham. Hijo de Dios por la fe en Cristo Jesús.
Signs of the times, 13 octubre 1890

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