GÁLATAS 2:20

"Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en le fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí".
Quizá podamos destacar lo que esa escritura dice, a partir del análisis de aquello que no dice.
No dice ‘con Cristo quiero estar juntamente crucificado’. No dice ‘con Cristo me gustaría estar juntamente crucificado, para que pudiese vivir en mí’. Dice: "con Cristo estoy juntamente crucificado".

Tampoco dice que Pablo fuese crucificado con Cristo, que Cristo viviese en Pablo, ni que el Hijo de Dios amó a Pablo y se dio por él. Todo lo anterior es muy cierto, pero no es lo que esa escritura dice; no es eso lo que quiere decir, ya que quiere decir exactamente lo que dice. Y dice: "Con Cristo [yo] estoy juntamente crucificado, y [yo] vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en le fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí".

Ese versículo viene a ser así un sólido y maravilloso fundamento de la fe cristiana para toda alma en el mundo. De esa manera, toda alma puede decir, en la plena confianza de la fe cristiana: "[el Hijo de Dios] me amó". "Se entregó a sí mismo por mí". "Con Cristo estoy juntamente crucificado". "Vive Cristo en mí" (ver también 1 Juan 4:15).

El que un alma diga "con Cristo estoy juntamente crucificado", no constituye una afirmación aventurada. No está en el terreno de la mera suposición. No está diciendo algo de lo que no exista certeza. Toda alma en este mundo puede decir, con toda verdad y sinceridad, "con Cristo estoy juntamente crucificado". No es más que la aceptación de un hecho, de algo que ocurrió ya; la constatación de lo cierto.

Cristo fue crucificado, eso es un hecho. Y cuando fue crucificado, también lo fuimos nosotros, ya que Él era uno de nosotros. Su nombre es Emmanuel, que significa "Dios con nosotros" –no Dios con Él, sino Dios con nosotros. Y si Dios con Él no fue Dios con Él, sino Dios con nosotros, entonces ¿quién era Él, sino nosotros? Tuvo necesariamente que ser nosotros, a fin de que Dios con Él pudiese ser, no Dios con Él, sino "Dios con nosotros". Cuando fue crucificado, por lo tanto, ¿quién, sino nosotros, fue crucificado?

Tal es la poderosa verdad anunciada en ese texto. Jesucristo fue "nosotros". Fue de la misma carne y sangre que nosotros. Fue de nuestra misma naturaleza. Fue en todo como nosotros. "Por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos". "Se anonadó a sí mismo… hecho semejante a los hombres". Fue "el postrer Adán". Y precisamente de igual forma en que el primer Adán fue nosotros, así lo fue Cristo, el postrero. Cuando el primer Adán murió, nosotros, estando implicados en él, morimos con él. Y cuando el postrer Adán fue crucificado –siendo que Él era nosotros y que nosotros estábamos implicados en Él–, fuimos crucificados con Él. Lo mismo que el primer Adán era en él mismo toda la raza humana, también el postrero era en Él mismo la totalidad de nuestra raza. Siendo así, cuando el postrer Adán fue crucificado, toda la raza humana –la vieja y pecaminosa naturaleza humana– fue crucificada con Él. Por lo tanto, leemos: "Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre juntamente fue crucificado con Él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho, a fin de que no sirvamos más al pecado".

Así pues, toda alma en este mundo puede decir con verdad, en la perfecta victoria de la fe cristiana, "con Cristo estoy juntamente crucificado"; ‘mi vieja naturaleza humana pecaminosa está juntamente crucificada con Él, para que sea destruido el cuerpo del pecado, a fin de que no sirva más al pecado’ (Rom. 6:6). ‘Y ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí’, "llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo [la crucifixión del Señor Jesús, ya que con Él estoy juntamente crucificado], para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por Jesús, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestros cuerpos" (2 Cor. 4:10,11). Por lo tanto, "lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí".

En el bendito hecho de la crucifixión del Señor Jesús, cumplida para todo ser humano, no solamente radica el fundamento de la fe para toda alma, sino que además provee el don de la fe a toda alma. Así, la cruz de Cristo no es solamente sabiduría de Dios revelada a nosotros, sino que es el mismo poder de Dios manifestado para librarnos de todo pecado, y para llevarnos a Dios.
Oh pecador, hermano, hermana: Créelo. Recíbelo. Ríndete a esa poderosa verdad. Dilo, dilo en plena seguridad de fe, y dilo por siempre: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en le fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí". Dilo, porque es la verdad, la pura verdad y poder de Dios, que salvan al alma de todo pecado.
Review and Herald, 24 octubre 1899

No hay comentarios:

Publicar un comentario