MINISTROS DE DIOS

A partir de la lista que Dios nos proporciona en 2ª de Corintios 6:1-10, queda claro que no hay nada que pueda sobrevenir a la vida del creyente en Cristo, que la gracia de Dios no pueda transformar en una bendición para él, y que no sirva para otra cosa que para avanzar hacia la perfección en Cristo Jesús. Eso, y no otra cosa, es lo que siempre hará la gracia de Dios, si el creyente permite que el Señor obre según su voluntad en la vida de él; si éste permite que la gracia reine. Es así que "todo esto es para vuestro beneficio"; y es así como "a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien". Eso es maravilloso, es realmente glorioso. Es la salvación misma. Es así como Dios hace que "siempre triunfemos en Cristo Jesús".

No obstante, eso no es más que la mitad de la historia. El propósito del Señor no es solamente salvar al que cree, sino emplearlo para ministrar a todos los demás el conocimiento de Dios, a fin de que ellos también puedan creer. No debemos pensar que la gracia y los dones del Señor son solamente para nosotros. Cierto, primeramente son para nosotros, pero eso es así con el propósito de que no solamente seamos salvos nosotros, sino con el fin de capacitarnos para ser una bendición a todos los demás al comunicarles el conocimiento de Dios. Debemos participar nosotros mismos de la salvación, antes de poder atraer a ella a los demás. Por lo tanto leemos: "Cada uno según el don que ha recibido, adminístrelo a los otros, como buenos dispensadores de las diferentes gracias de Dios". "Y todo esto es de Dios, el cual nos reconcilió a sí por Cristo; y nos dio el ministerio de la reconciliación".

Todo el que recibe la gracia de Dios, recibe a la vez con ella el ministerio o administración de esa gracia a todos los demás. Todo aquel que se encuentra reconciliado con Dios, junto a esa reconciliación, recibe el ministerio de la reconciliación a los otros. Aquí se aplica también la exhortación, "…que no recibáis en vano la gracia de Dios". ¿Estás participando de la gracia?
Entonces adminístrala a los otros; no la recibas en vano. ¿Fuiste reconciliado con Dios? Entonces sabe también que Él te encomendó el ministerio de la reconciliación. ¿Has recibido ese ministerio en vano?

Si no recibimos en vano la gracia de Dios, si le permitimos reinar, el Señor hará que nos presentemos en todo como ministros aprobados de Dios. Esa es la verdad. El Señor dice que es así, y así es. "Nos presentamos en todo como ministros de Dios". Es decir, estaremos en todo comunicando a otros el conocimiento de Dios. El Señor se propone, no sólo que "siempre triunfemos en Cristo Jesús" en lo referente a nosotros, sino también que manifestemos "el olor de su conocimiento por nosotros en todo lugar". Significa que su plan es que a través nuestro manifestemos a todos, y en todo lugar, el conocimiento de Él.

No lo podemos lograr por nosotros mismos. Él lo hará por medio de nosotros. Debemos cooperar con Él. Debemos ser sus colaboradores. Cuando procedamos de tal modo, ciertamente hará que triunfemos siempre en Cristo, y hará también manifiesto el conocimiento de Él mismo, por nuestro medio, en todo lugar. Gracias al Señor porque es poderoso para hacer tal cosa. Nunca digas, ni siquiera pienses que no puede hacerlo a través de ti. Puede. Lo hará, si no recibes su gracia en vano; si permites que la gracia reine; si cooperas juntamente con Él.

Es cierto que hay un misterio en cuanto a cómo puede ser esto así. Es un misterio el cómo puede Dios hacer manifiesto el conocimiento de sí mismo mediante personas como tú y yo, en todo lugar. Sin embargo, por misterioso que sea, es la pura verdad. ¿Acaso no creemos en los misterios de Dios? Ciertamente los creemos. Entonces no olvidemos nunca que el misterio de Dios es Dios manifestado en la carne. Y tú y yo somos carne. Por lo tanto, el misterio de Dios es Dios manifestado en ti y en mí, que creemos. Créelo.

Es necesario recordar, no obstante, que el misterio de Dios no es Dios manifestado en carne impecable, sino Dios manifestado en carne pecaminosa. No habría ningún misterio en que Dios se manifestase a sí mismo en carne impecable –sin ningún tipo de relación con el pecado. No habría ahí misterio. Pero que pueda manifestarse en carne lastrada por el pecado, y por todas las tendencias al pecado, tal como sucede con la nuestra, eso es un misterio. Sí, es el misterio de Dios. Y es un hecho glorioso. Gracias al Señor por ello. Créelo. Ante el mundo entero, y para el gozo de todos sus habitantes, demostró en Cristo Jesús que ese gran misterio es un hecho en la experiencia humana. "Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, Él también participó de lo mismo". "Por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos". Dios, por lo tanto, "al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros". "Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros". Así, en nuestra carne, tomando nuestra naturaleza lastrada con la iniquidad, y siendo Él mismo hecho pecado, Cristo Jesús vivió en este mundo, tentado en todo como nosotros; y sin embargo, Dios le hizo triunfar siempre, e hizo manifiesto el olor de su conocimiento, mediante Él, en todo lugar. Así, Dios fue manifestado en carne, en nuestra carne, en carne humana afectada por el pecado –hecho Él mismo pecado–, y débil y tentada como lo es la nuestra. El misterio de Dios fue así dado a conocer a todas las naciones para la obediencia a la fe. ¡Oh, créelo!

Ese es el misterio de Dios, hoy y por siempre: Dios manifestado en la carne, en carne humana, en carne agobiada por el pecado, tentada y probada. En esa carne, Dios hará manifiesto el conocimiento de sí mismo, allí donde haya un creyente. ¡Créelo y alaba su santo nombre!
Tal es el misterio que, en el mensaje del tercer ángel, debe darse hoy nuevamente a conocer a todas las naciones, para la obediencia de la fe. Ese es el misterio de Dios, que en estos días debe ser "consumado". No solamente consumado en el sentido de llegar a su término en relación al mundo, sino consumado en el sentido de alcanzar su plenitud en su gran obra en el creyente. Es tiempo de que el misterio de Dios sea consumado, en el sentido de que Dios tiene que ser manifestado en la carne de cada verdadero creyente, allí donde éste se encuentre. Esto equivale, de hecho y en verdad, a guardar los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.

"Tened buen ánimo, yo he vencido al mundo" –he revelado a Dios en la carne. Nuestra fe es la victoria que vence al mundo. Entonces y ahora, "a Dios gracias, el cual hace que siempre triunfemos en Cristo Jesús, y manifiesta el olor de su conocimiento por nosotros en todo lugar".
Review and Herald, 29 setiembre 1896

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