VIVIENDO POR LA FE

"El justo vivirá por la fe" (Rom. 1:17).
Esa declaración es el resumen de lo que el apóstol desea explicar acerca del evangelio. El evangelio es poder de Dios para salvación, pero solamente "a todo aquel que cree"; en el evangelio se revela la justicia de Dios. La justicia de Dios es la perfecta ley de Dios, que no es otra cosa que la transcripción de su propia recta voluntad. Toda injusticia es pecado, o transgresión de la ley. El evangelio es el remedio de Dios para el pecado; su obra, por consiguiente, debe consistir en poner a los hombres en armonía con la ley –esto es, que se manifiesten en sus vidas las obras de la ley justa–. Pero esa es enteramente una obra de la fe –la justicia de Dios se descubre "de fe en fe"–, fe al principio y fe al final, como está escrito: "el justo vivirá por la fe".

Eso ha venido siendo así en toda época, desde la caída del hombre. Y lo seguirá siendo hasta que los santos de Dios tengan escrito su nombre en sus frentes, y lo vean como Él es. El apóstol tomó la cita del profeta Habacuc (2:4). Si los profetas no lo hubiesen revelado, los primeros cristianos no lo habrían podido conocer, ya que disponían solamente del Antiguo Testamento. Decir que en los tiempos antiguos los hombres no tenían sino una idea imperfecta de la fe, equivale a decir que no había ningún hombre justo en aquellos tiempos. Pero Pablo retrocede hasta el mismo principio y cita un ejemplo de fe salvífica. Dice: "Por la fe Abel ofreció a Dios mayor sacrificio que Caín, por la cual alcanzó testimonio de que era justo" (Heb. 11:4). Dice asimismo de Noé, que fue por fe que construyó el arca en la que fue salva su casa; "por la cual fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que es por la fe" (Heb. 11:7). Se trataba de fe en Cristo, ya que era fe salvadora, y tenía que ser en el nombre de Jesús, "porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hech. 4:12).

Demasiados procuran vivir la vida cristiana en la fuerza de la fe que ejercieron cuando comprendieron su necesidad de perdón por los pecados de su vida pasada. Saben que solamente Dios puede perdonar los pecados, y que lo hace mediante Cristo; pero suponen que habiendo iniciado ese proceso cierto día, deben ahora continuar la carrera en su propia fuerza. Sabemos que muchos albergan esa idea. Lo sabemos, primeramente, porque lo hemos oído de algunos, y en segundo lugar, porque hay verdaderas multitudes de profesos cristianos que revelan la obra de un poder que en nada es superior a su propia capacidad. Si tienen algo que decir en las reuniones sociales, más allá de la repetida fórmula "quiero ser cristiano, a fin de poder ser salvo", no es otra cosa que su experiencia pasada, el gozo que experimentaron cuando creyeron por primera vez. Del gozo de vivir para el Señor, y de andar con él por la fe, no saben nada, y quien se refiera a ello, habla en un lenguaje que les resulta extraño. Pero el apóstol presenta definidamente este tema de la fe, como extendiéndose hasta el mismo reino de la gloria, en la concluyente ilustración que sigue:

"Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios. Y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Empero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es menester que el que a Dios se allega, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan" (Heb. 11:5 y 6).

Obsérvese cuál es el argumento esgrimido para demostrar que es por la fe que Enoc fue trasladado: Enoc fue trasladado porque caminó con Dios y tenía el testimonio de agradar a Dios; pero sin fe es imposible agradar a Dios. Eso basta para probar lo expuesto. Sin fe, ningún acto que podamos hacer alcanza la aprobación de Dios. Sin fe, lo mejor que el hombre pueda hacer queda infinitamente lejos de la única norma válida, que es la de la perfecta justicia de Dios. La fe es una buena cosa allá donde esté, pero la mejor fe en Dios para quitar la carga de los pecados pasados, no aprovechará a nadie, a menos que continúe presente en medida siempre creciente, hasta el fin de su tiempo de prueba.

Hemos oído a muchos manifestar lo difícil que les resultaba obrar el bien; su vida cristiana era de lo más insatisfactorio, estando marcada solamente por el fracaso, y se sentían tentados a ceder al desánimo. No es sorprendente que se desanimen, ya que el fracaso continuo es capaz de desanimar a cualquiera. El soldado más valiente del mundo entero, acabaría desanimado si sufriese una derrota en cada batalla. No será difícil oír de esas personas lamentos por ver mermada la confianza en sí mismas. Pobres almas, ¡si solamente pudieran llegar a perder completamente la confianza en sí mismas, y la pusiesen enteramente en Aquel que es poderoso para salvar, tendrían otro testimonio que dar! Entonces se gloriarían "en Dios por el Señor nuestro Jesucristo". Dice el apóstol, "Gozaos en el Señor siempre: otra vez os digo: Que os gocéis" (Fil. 4:4). Aquel que no se goza en Dios, incluso al ser tentado y afligido, no está peleando la buena batalla de la fe. Está luchando la triste batalla de la confianza en sí mismo, y de la derrota.

Todas las promesas de la felicidad definitiva son hechas a los vencedores. "Al que venciere", dice Jesús, "le daré que se siente conmigo en mi trono; así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono" (Apoc. 3:21). "El que venciere poseerá todas las cosas", dice el Señor (Apoc. 21:7). Un vencedor es alguien que gana victorias. La herencia no es la victoria, sino la recompensa por la victoria. La victoria es ahora. Las victorias a ganar son la victoria sobre la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida, victorias sobre el yo y las indulgencias egoístas. Aquel que lucha y ve huir al enemigo, puede gozarse; nadie puede quitarle ese gozo que se produce al ver cómo claudica el enemigo. Algunos sienten pánico ante la idea de tener que mantener una continua lucha contra el yo y los deseos mundanos. Eso es así, solo porque desconocen totalmente el gozo de la victoria; no han experimentado mas que derrota. Pero el constante batallar no es algo penoso, cuando hay victoria continua. Aquel que cuenta sus batallas por victorias, desea encontrarse nuevamente en el campo de combate. Los soldados de Alejandro, que bajo su mando no conocieron jamás la derrota, estaban siempre impacientes por una nueva batalla. Cada victoria, que dependía únicamente de su ánimo, aumentaba su fortaleza y hacía disminuir en correspondencia la de sus vencidos enemigos. Ahora, ¿cómo podemos ganar victorias continuas en nuestra contienda espiritual? Escuchemos al discípulo amado:

"Porque todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo: y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe" (1 Juan 5:4).

Leamos nuevamente las palabras de Pablo:

"Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, más vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí" (Gál. 2:20).

Aquí tenemos el secreto de la fuerza. Es Cristo, el Hijo de Dios, a quien fue dada toda potestad en el cielo y en la tierra, el que realiza la obra. Si es él quien vive en el corazón y hace la obra, ¿es jactancia decir que es posible ganar victorias continuamente? De acuerdo, eso es gloriarse, pero es gloriarse en el Señor, lo que es perfectamente lícito. Dijo el salmista: "En Jehová se gloriará mi alma". Y Pablo dijo: "Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo" (Gál. 6:14).

Los soldados de Alejandro Magno tenían fama de invencibles. ¿Por qué? ¿Es porque poseían de forma natural más fortaleza o ánimo que todos sus enemigos? No, sino porque estaban bajo el mando de Alejandro. Su fuerza radicaba en su dirigente. Bajo otra dirección, habrían sufrido frecuentes derrotas. Cuando el ejército de la Unión se batía en retirada, presa del pánico, ante el enemigo, en Winchester, la presencia de Sheridan transformó la derrota en victoria. Sin él, los hombres eran una masa vacilante; con él a la cabeza, una armada invencible. Si hubieseis oído los comentarios de esos soldados victoriosos, tras la batalla, habríais escuchado alabanzas a su general, mezcladas con expresiones de gozo. Ellos eran fuertes porque su jefe lo era. Les inspiraba el mismo espíritu que lo animaba a él.

Pues bien, nuestro capitán es Jehová de los ejércitos. Se ha enfrentado al principal enemigo, y estando en las peores condiciones, lo ha vencido. Quienes lo siguen, marchan invariablemente venciendo para vencer. Oh, si aquellos que profesan seguirle quisieran poner su confianza en él, y entonces, por las repetidas victorias que obtendrían, rendirían la alabanza a Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.

Juan dijo que el que es nacido de Dios vence al mundo, mediante la fe. La fe se aferra al brazo de Dios, y la poderosa fuerza de éste cumple la obra. ¿De qué manera puede obrar el poder de Dios en el hombre, realizando aquello que jamás podría hacer por sí mismo?, nadie lo puede explicar. Sería lo mismo que explicar de qué modo puede Dios dar vida a los muertos. Dice Jesús: "El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de donde viene, ni a donde vaya: así es todo aquel que es nacido del Espíritu" (Juan 3:8). Cómo obra el Espíritu en el hombre, para subyugar sus pasiones y hacerlo victorioso sobre el orgullo, la envidia y el egoísmo, es algo que sólo conoce el Espíritu; a nosotros nos basta con saber que así es, y será en todo quien desee, por encima de cualquier otra cosa, una obra tal en sí mismo, y que confíe en Dios para su realización.
Nadie puede explicar el mecanismo por el que Pedro fue capaz de caminar sobre la mar, entre olas que se abalanzaban sobre él; pero sabemos que a la orden del Señor sucedió así. Por tanto tiempo como mantuvo sus ojos fijos en el Maestro, el divino poder le hizo caminar con tanta facilidad como si estuviera pisando la sólida roca; paro cuando comenzó a contemplar las olas, probablemente con un sentimiento de orgullo por lo que estaba haciendo, como si fuera él mismo quien lo hubiese logrado, de forma muy natural fue presa del miedo, y comenzó a hundirse. La fe le permitió andar sobre las olas; el temor le hizo hundirse bajo ellas.

Dice el apóstol: "Por la fe cayeron los muros de Jericó con rodearlos siete días" (Heb. 11:30). ¿Para qué se escribió tal cosa? Para nuestra enseñanza, "para que por la paciencia, y por la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza" (Rom. 15:4). ¿Qué significa? ¿Se nos llamará tal vez a luchar contra ejércitos armados, y a tomar ciudades fortificadas? No, "porque no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires" (Efe. 6:12); pero las victorias que se han ganado por la fe en Dios, sobre enemigos visibles en la carne, fueron registradas para mostrarnos lo que cumpliría la fe en nuestro conflicto con los gobernadores de las tinieblas de este mundo. La gracia de Dios, en respuesta a la fe, es tan poderosa en estas batallas como lo fue en aquellas; ya que dice el apóstol:

"Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne, (porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas); Destruyendo consejos, y toda altura que se levanta contra la ciencia de Dios, y cautivando todo intento a la obediencia de Cristo" (2 Cor. 10:3-5).

No fue solamente a enemigos físicos a quienes los valerosos héroes de antaño vencieron por la fe. De ellos leemos, no solamente que "ganaron reinos", sino también que "obraron justicia, alcanzaron promesas", y lo más animador y maravilloso de todo, "sacaron fuerza de la debilidad" (Heb. 11:33 y 34). Su debilidad misma se les convirtió en fortaleza mediante la fe, ya que la potencia de Dios en la flaqueza se perfecciona. ¿Quién podrá acusar entonces a los elegidos de Dios, teniendo en cuenta que es Dios quien nos justifica, y que somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras? "¿Quién nos apartará del amor de Cristo? tribulación? o angustia? o persecución? o hambre? o desnudez? o peligro? o cuchillo?" "Antes en todas estas cosas hacemos más que vencer por medio de aquel que nos amó" (Rom. 8:35,37).
Signs of the Times, 25 marzo 1889

LIBERACIÓN

"Vivid según el Espíritu, y no satisfaréis los deseos malos de la carne" (Gál. 5:16).

¡Qué magnífica promesa! Magnífica en verdad, para todo aquel que cree.
Piensa en los deseos malos de la carne. ¡Cuán extendidos están, y cuán severos son sus clamores! ¡Cuán opresivo es su dominio! ¡Cuán miserable la esclavitud que imponen al hombre!

Todo el mundo los ha experimentado –deseando hacer el bien que quiere, para hacer solamente el mal que aborrece; teniendo la voluntad de hacer lo mejor, pero sin encontrar la manera de lograrlo; deleitándose en la ley de Dios según el hombre interior, pero encontrando otra ley en sus miembros que está en pugna contra la ley de su mente, y que lo lleva en cautividad a la ley del pecado que rige en sus miembros; llevándole a clamar por fin, "¡Miserable hombre de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?" (Rom. 7:14-24).

Gracias a Dios, hay liberación. Se encuentra en Cristo Jesús y en el Espíritu divino (Rom. 7:25; 8:1 y 2). Y siendo que en Cristo Jesús, la ley del Espíritu de vida os ha hecho libres de la ley del pecado y muerte, "vivid según el Espíritu, y no satisfaréis los deseos malos de la carne". No es solamente que haya liberación de la esclavitud a la corrupción: la gloriosa libertad de los hijos de Dios está igualmente a disposición de todo aquel que recibe al Espíritu, y vive según Él.
"Vivid según el Espíritu, y no satisfaréis los deseos malos de la carne".

Obsérvese la lista de las obras de la carne: "adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, explosiones de ira, contiendas, divisiones, sectarismos, envidias, homicidios, borracheras, orgías y cosas semejantes". No llevaréis a cabo ninguna de esas cosas; tenéis la victoria sobre todas ellas cuando vivís según el Espíritu. Así lo afirma la fiel palabra de Dios.

¿No es ese un estado deseable? ¿Acaso podemos imaginar algo mejor? Y teniendo en cuenta que se obtiene pidiéndolo y tomándolo, ¿no valdrá la pena pedirlo y tomarlo?
Acepta la liberación que Cristo ha traído para ti. Manténte, y manténte firme en la libertad en la que Cristo nos ha hecho libres.

"Pedid, y se os dará". "Porque cualquiera que pide, recibe" . "Tomad el Espíritu Santo". "Sed llenos del Espíritu". Sí, "andad en Él", el "Espíritu Santo de Dios, con el cual estáis sellados para el día de la redención".
Review and Herald, 14 marzo 1899

TAMBIÉN POR NOSOTROS

El cuarto capítulo de Romanos es uno de los de mayor riqueza en la Biblia, por la esperanza y ánimo que contiene para el cristiano. En Abraham, tenemos un ejemplo de la justicia por la fe, y queda expuesta ante nosotros la maravillosa herencia prometida a todos los que tienen la fe de Abraham. Y esa promesa no está restringida. La bendición de Abraham viene tanto a los gentiles como a los judíos; nadie hay tan pobre que no pueda compartirla, ya que "es por la fe, para que sea por gracia; para que la promesa sea firme a toda simiente".

La última cláusula del versículo diecisiete merece especial atención. Contiene el secreto de la posibilidad de nuestro éxito en la vida cristiana. Dice que Abraham creyó a Dios "el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como las que son". Eso denota el poder de Dios; implica poder creador. Dios puede llamar algo que no existe como si existiese. Si eso lo hiciese un hombre, ¿cómo lo calificaríamos? Como una mentira. Si un hombre dice que una cosa existe, siendo que no es así, a eso lo conocemos como mentira. Pero Dios no puede mentir. Por lo tanto, cuando Dios llama las cosas que no son como si fueran, es evidente que con ello las hace ser. Es decir, su palabra las hace venir a la existencia. Hay un conocido y antiguo dicho infantil: "si mamá lo dice, es así, aunque no lo fuese". Tal sucede con Dios. En el tiempo referido como "en el principio" –sin más escenario que el desolador vacío de la nada–, Dios habló, e instantáneamente surgieron a la existencia los mundos. "Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el espíritu de su boca… Porque Él dijo, y fue hecho; mandó, y existió" (Sal. 33:6-9). Ese es el poder al que alude Romanos 4:17. Leámoslo y apreciemos la fuerza del lenguaje en relación con lo expresado. Hablando todavía de Abraham, dice el apóstol:

"Él creyó en esperanza contra esperanza, para venir a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que le había sido dicho: Así será tu simiente. Y no se enflaqueció en la fe, ni consideró su cuerpo ya muerto (siendo ya de casi cien años), ni la matriz muerta de Sara; Tampoco en la promesa de Dios dudó con desconfianza, antes fue esforzado en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que todo lo que había prometido, era también poderoso para hacerlo. Por lo cual también le fue atribuido a justicia" (Rom. 4:18-22).

Aprendemos aquí que la fe de Abraham en Dios, como Aquel que era capaz de traer las cosas a la existencia por su palabra, fue ejercida en relación con su capacidad para crear justicia en una persona destituida de ella. Los que ven la prueba de la fe de Abraham como refiriéndose simplemente al nacimiento de Isaac, pierden la enseñanza central y la belleza del pasaje sagrado. Isaac no era más que aquel a través del cual le sería llamada simiente, y esa simiente es Cristo. Véase Gál. 3:16. Cuando Dios dijo a Abraham que en su simiente serían benditas todas las naciones de la tierra, en realidad le estaba predicando el evangelio (Gál. 3:8); por lo tanto, la fe de Abraham en la promesa de Dios era realmente fe en Cristo como el Salvador de los pecadores. Tal era la fe que le fue contada por justicia.

Obsérvese ahora la fuerza de esa fe. Su propio cuerpo estaba ya virtualmente muerto a causa de la edad, y el de Sara no estaba en mejor condición. El nacimiento de Isaac de una pareja tal, no significaba menos que producir vida a partir de los muertos. Fue un símbolo del poder de Dios para traer a la vida espiritual a quienes estaban muertos en transgresiones y pecados. Abraham esperó contra toda esperanza. Humanamente hablando, no había posibilidad alguna de que la promesa se cumpliese; todo iba en contra, pero su fe se aferró y reposó en la inmutable palabra de Dios, y en su poder para crear y dar la vida. "Por lo cual también le fue atribuido a justicia". Y en suma:

"No solamente por él fue escrito que le haya sido imputado; sino también por nosotros, a quienes será imputado, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación" (Rom. 4:23-25).

Así pues, la fe de Abraham fue lo que debe ser la nuestra, y con similar objeto. El hecho de que sea por la fe en la muerte y resurrección de Cristo, que se nos imputa la misma justicia que se le imputó a Abraham, muestra que la fe de Abraham lo fue igualmente en la muerte y resurrección de Cristo. Todas las promesas de Dios a Abraham lo eran para nosotros, tanto como para él. En un lugar se nos dice que eran especialmente para nuestro provecho. "Porque prometiendo Dios a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo". "Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo, los que nos acogemos a trabarnos de la esperanza propuesta" (Heb. 6:13,17,18). Nuestra esperanza descansa, por lo tanto, en la promesa y juramento hechos a Abraham, ya que tal promesa, confirmada por un juramento, contiene todas las bendiciones que Dios puede otorgar al hombre.

Pero antes de pasar a otro punto, vamos a hacer lo anterior un poco más personal. Alma vacilante, no digas que tus pecados son tantos, y tú tan débil, que no hay para ti esperanza. Cristo vino para salvar a los perdidos, y es poderoso para salvar hasta lo sumo a los que por Él se allegan a Dios. Eres débil, pero te dice, "mi potencia en la flaqueza se perfecciona" (2 Cor. 12:9). Y el registro inspirado nos habla de aquellos que "sacaron fuerza de la debilidad" (Heb. 11:34). Significa que Dios tomó la debilidad misma de ellos, y la transformó en fortaleza. Demuestra de ese modo su poder. Es su forma de obrar. "Antes lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo flaco del mundo escogió Dios, para avergonzar lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es: Para que ninguna carne se jacte en su presencia" (1 Cor. 1:27-29).

Ten la fe sencilla de Abraham. ¿De qué manera obtuvo la justicia? No considerando lo mortecino o falto de fuerza que estaba su cuerpo, sino estando dispuesto a dar a Dios toda la gloria. Siendo esforzado en la fe de que Él sería capaz de hacer todas las cosas a partir de lo que no era. Tú, por lo tanto, no consideres la debilidad de tu cuerpo, sino la gracia y el poder de nuestro Señor, teniendo la seguridad de que la misma palabra capaz de crear el universo, y de resucitar los muertos, puede crear en ti un corazón limpio, y vivificarte en Dios. Serás así hijo de Abraham. Hijo de Dios por la fe en Cristo Jesús.
Signs of the times, 13 octubre 1890

CREACIÓN O EVOLUCIÓN?

Hoy vamos a hablar sobre el tema de la evolución. Quisiera que prestaseis cuidadosa atención, y que os dieseis cuenta por vosotros mismos de si sois o no evolucionistas. Primeramente os voy a leer en qué consiste la evolución; seguidamente podréis ver si sois o no evolucionistas. Las siguientes afirmaciones están tomadas de un famoso tratado sobre el tema, escrito por uno de los principales defensores del evolucionismo, por lo tanto, se pueden considerar ajustadas y rigurosas, en tanto que definiciones autorizadas:
"La evolución es la teoría que representa el devenir del mundo como una transición gradual desde lo indeterminado hacia lo determinado, desde lo uniforme a lo variado, y que asume que la causa de esos procesos es inherente al propio mundo que es objeto de la transformación".
"Evolución es, pues, casi un sinónimo de progreso. Es una transición desde lo inferior a lo superior, de lo peor a lo mejor. Tal progreso apunta a un valor añadido en la existencia, tal como reconocen nuestros sentimientos".

Obsérvense los puntos destacados en estas tres frases: la evolución representa el devenir del mundo como una transición gradual desde lo inferior a lo superior, de lo peor a lo mejor; y asume que ese proceso es inmanente al mundo que es objeto de tal transformación. Es decir, la cosa mejora por sí misma; y lo que la hace mejorar es ella misma. Y ese progreso significa un "valor añadido en la existencia, tal como nuestros sentimientos reconocen". O sea, sabes que eres mejor, porque te sientes mejor. Sabes que ha habido progreso, porque sientes que es así. Tus sentimientos son la medida de tu situación. El conocimiento que tienes de tus sentimientos regula tu progreso desde lo peor hacia lo mejor.

Ahora, a propósito de ese asunto del progreso desde lo peor a lo mejor, ¿tienen algo que ver tus sentimientos? Si es así, ¿qué eres en realidad? Cualquiera de los aquí reunidos que mida su progreso –el valor de su experiencia– por sus sentimientos, es evolucionista: no importa si ha sido adventista por cuarenta años, no deja de ser evolucionista. Su religión, su cristianismo, es una profesión desprovista de la sustancia, la forma sin el poder.

Ahora quisiera leer lo que es la evolución en otros términos, a fin de que podáis ver que es infidelidad. Por lo tanto, si te reconoces evolucionista, comprenderás que eres en realidad infiel: "La hipótesis de la evolución tiene por objeto el responder a diversas cuestiones en relación con el principio, o génesis de las cosas". "Contribuye a restaurar el sentimiento ancestral hacia la naturaleza en tanto que nuestro padre, y fuente de nuestra vida".

Una de las ramas de esa especie de ciencia que más ha contribuido al establecimiento de la doctrina de la evolución, es la nueva ciencia de la geología, que evoca la existencia de vastos e inimaginables períodos de tiempo en la historia pasada de nuestro globo. Esos largos períodos, como afirma otro de los escritores destacados sobre el tema –en realidad su principal autor–, "son la base indispensable para la comprensión del origen del hombre" en el proceso de la evolución. Así pues, el progreso ha tenido lugar a lo largo de edades interminables. Sin embargo, ese progreso no ha tenido lugar de una forma continua y directamente ascendente, desde su inicio hasta el estado actual, sino que ha sufrido muchos altibajos. Se han dado muchos períodos de gran belleza y simetría; luego, un cataclismo o erupción, y todo hecho añicos, por así decirlo. Nuevamente se inicia el proceso a partir de esa condición de cosas, y se inicia la reconstrucción. El proceso se repitió muchas, muchas veces; y esa es la evolución –la transición desde lo inferior hacia lo superior, de lo peor a lo mejor.

Ahora, ¿cuál ha sido el devenir de tu progreso, desde lo peor hacia lo mejor? ¿Ha sido mediante muchos "altibajos"? ¿Se ha caracterizado tu adquisición del poder para hacer el bien –las buenas obras que vienen de Dios– por un largo proceso de altos y bajos, desde que comenzó tu profesión de fe hasta ahora? ¿Ha parecido en ocasiones que hacías un gran progreso, que lo estabas haciendo bien, que todo era bonito y placentero; y entonces, sin ningún aviso, se ha producido un cataclismo o erupción que lo ha desbaratado todo? No obstante, a pesar de todos los altos y bajos, ¿te dispusiste a comenzar en un nuevo esfuerzo: y así, mediante ese proceso, prolongado en el tiempo, has llegado a donde estás ahora; y mirando atrás, al contemplarlo globalmente, puedes constatar cierto progreso "tal como tus sentimientos reconocen"? ¿Es esa tu experiencia? ¿Es esa la manera en la que has progresado?

En otras palabras: ¿eres evolucionista? No evadas la pregunta; confiesa la verdad con franqueza, porque quisiera hoy hacerte abandonar el evolucionismo. Hay una forma de librarse de él: todo aquel que haya llegado a este lugar siendo evolucionista puede salir de él siendo cristiano. Así pues, si describo a un evolucionista de forma que puedas verte reflejado en esa descripción, reconócelo así–admite que eres tú mismo–, y sigue después los pasos que Dios te indicará, de manera que seas totalmente liberado de eso. Pero, con toda franqueza, si tu experiencia es la que he descrito, si es esa la clase de progreso que has hecho en tu vida cristiana, créeme que eres evolucionista, lo admitas o no. Lo más aconsejable, no obstante, es admitirlo, abandonarlo, y ser cristiano.

Otro aspecto más: "La evolución, hasta donde alcanza, ve la materia como algo eterno". Asumiendo lo anterior, "la noción de creación queda eliminada de los campos de existencia a los que se aplica". Ahora, si miras hacia ti mismo, para encontrar ese principio que produzca el progreso que en ti debe darse a fin de poder entrar en el reino de Dios; si supones que está inmanente en ti mismo, y que si logras ponerlo adecuadamente en acción, y lo supervisas una vez ha comenzado a obrar, todo irá bien; –si has estado esperando, velando y progresando de esa manera, eres evolucionista. Ya que leo más a propósito de qué es la evolución: "Está claro que la doctrina de la evolución es directamente antagonista de la de la creación… la idea de la evolución, cuando se la aplica a la formación del mundo como un todo, es lo opuesto a la creación directa, volitiva".

Tal es la evolución, según la definición de sus inventores, –que el mundo, con todo lo que en él hay, vino por sí mismo; y que el principio que lo llevó a la situación en la que ahora está, es inherente a sí mismo, y produce en sí mismo todo cuanto el mundo es. De manera que, evidentemente, "la evolución es directamente antagonista de la creación".

Cierto que por lo que respecta al mundo y todo cuanto en él hay, no crees que viniese por sí mismo. Sabes que no eres evolucionista hasta ese punto; crees que Dios creó todas las cosas. Todos cuantos estamos hoy aquí reunidos diríamos que Dios creó todas las cosas, –el mundo y todo lo que hay en él. La evolución no admite tal cosa: no deja lugar a la creación.

Hay, sin embargo, otro aspecto de la evolución que no es aparentemente antagónico de la creación. Los que idearon esa evolución a cuyas citas nos hemos referido, no pretendían otra cosa que ser infieles –ser hombres sin fe–, ya que un infiel es sencillamente alguien desprovisto de fe. Aun en el caso de que alguien pretenda tener fe, si no la tiene realmente, es un infiel. Por supuesto, el término "infiel" tenía para ellos un significado más concreto que el que posee en nuestros días. Los que enunciaron esa doctrina de la evolución que hemos citado eran hombres de esa clase; pero cuando difundieron la enseñanza por doquier, hubo gran cantidad de profesos cristianos, que pretendían ser hombres de fe, que profesaban creer la palabra de Dios –que enseña la creación–. Esos hombres, no conociendo por ellos mismos la palabra de Dios, teniendo una fe que era una mera forma sin el poder, se vieron seducidos por el encanto de aquella doctrina novedosa, y deseosos de conseguir popularidad mediante la nueva ciencia, no se atrevieron a declarar que renegaban de Dios, de la creación en cierta manera, dando así origen a una especie de evolución con el Creador en ella. Se la conoce como la evolución teísta; es decir, Dios comenzó la cosa, sea esta lo que fuere; pero a partir de entonces, ha venido funcionando por ella misma. Dios la inició, y en lo sucesivo ha sido capaz por ella misma de cumplir todo cuanto ha sucedido. Todo eso, no obstante, no es más que un primer paso, una treta para salvar las apariencias, y en boca de los auténticos evolucionistas, no es más que "una fase de transición desde la hipótesis de la creación a la de la evolución". Es pura evolución, ya que no hay medias tintas entre la creación y la evolución.

Seas tú uno de ellos o no, lo cierto es que abundan, incluso entre los adventistas –no tantos como antaño ¡gracias a Dios!– quienes creen que necesitamos a Dios para el perdón de nuestros pecados, iniciándonos de esa manera en el camino; pero posteriormente, debemos obrar nuestra propia salvación con temor y temblor. De acuerdo con eso, temen y tiemblan todo el tiempo; pero no obran ninguna salvación, ya que no tienen a Dios constantemente obrando en ellos, "así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil. 2:12,13).

Se nos dice en Hebreos 11:3 que por la fe entendemos que los mundos fueron formados [construidos, hechos] por la palabra de Dios, de modo que lo que vemos no fue hecho a partir de lo visible (King James). La tierra que conocemos no fue hecha a partir de rocas; el hombre no fue hecho a partir de monos, antropoides ni "eslabones perdidos". Los monos no fueron hechos a partir de renacuajos, ni los renacuajos de protoplasmas, en aquel remoto principio. No, "los mundos fueron formados por la palabra de Dios, de modo que lo que vemos no fue hecho a partir de lo visible".

Ahora, ¿por qué es que lo que vemos no fue hecho a partir de lo visible? Simplemente porque las cosas a partir de las que fueron hechas no parecen. Y la razón de que no parezcan es que no había tales cosas. No existían en absoluto. Los mundos fueron formados por la palabra de Dios; y la palabra de Dios tiene una cualidad, o propiedad en sí misma que causa, al ser pronunciada, no solamente la existencia de la cosa invocada, sino también del material que la compone, aquello de lo que consta en cuanto a la sustancia.

Conocéis también esa otra escritura, aquella que declara que "por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el espíritu de su boca… porque Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió" (Sal. 33:6-9). A propósito de eso os quiero preguntar: ¿Cuánto tardó en suceder lo que Dios "habló"? ¿Cuánto tiempo pasó desde que habló hasta que "fue hecho"? [Voz: ‘ningún tiempo’] ¿Ni una semana? –No. ¿Ni seis largos períodos de tiempo? –No. La evolución, incluso la que reconoce a un Creador, mantiene que la formación de las cosas que vemos tomó edades incontables e indefinidas, o "seis largos e indefinidos períodos de tiempo", después que Dios habló. Pero eso es evolución, no creación: la evolución tiene lugar mediante un largo proceso. La creación, mediante la palabra hablada.

Cuando Dios, pronunciando la palabra, hubo creado los mundos, dijo en relación con el nuestro, "Sea la luz". ¿Cuánto tiempo pasó desde la emisión de las palabras "Sea la luz", y la aparición de la luz? Quiero recalcar esto a fin de que podáis averiguar si sois evolucionistas o creacionistas. Permitidme repetir la pregunta, ¿no hubo seis largos períodos de tiempo entre la emisión de la palabra y el cumplimiento del hecho? Decís que no. ¿No pasó una semana?
–No. ¿No pasó un día?
–No. ¿Ni siquiera una hora?
–No. ¿Y un minuto?
–Tampoco. ¿Quizá un segundo?
–No, ciertamente. No pasó ni un segundo entre el momento en que Dios pronunció las palabras "Sea la luz", y la existencia de esa luz. [Voz: "Tan pronto como se pronunció la palabra, fue la luz"]. Efectivamente, así es como sucedió. He presentado ese punto con detenimiento a fin de que quede bien fijado en vuestra mente, por temor a que lo olvidéis, cuando más adelante os haga alguna pregunta relacionada con ello. Así pues, ¿queda claro que cuando Dios dijo "Sea la luz", no pasó ni un segundo entre eso y el momento en el que la luz brilló? [Voz: Sí]. Muy bien. Entonces, aquel que admite que transcurrió cualquier cantidad de tiempo entre la declaración de Dios y la aparición de la cosa, es un evolucionista. Si son edades sin fin, se trata simplemente de alguien más evolucionista que el que piensa que tardó un día: es lo mismo, sólo que en mayor cantidad.
Dios dijo a continuación, "Haya expansión…", "y fue así". Luego, "dijo Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, descúbrase la seca: y fue así". Cada vez que Dios habló, fue así. Eso es la creación.

Veis, pues, que para un evolucionista es perfectamente lógico y razonable el despreciar la palabra de Dios, y no ejercer fe en ella; eso es debido a que la evolución es lo contrario a la creación. Si la evolución es antagonista de la creación, y la creación es por la palabra de Dios, entonces la evolución es contraria a la palabra de Dios. Por supuesto, el evolucionista genuino y declarado no tiene ningún lugar para esa Palabra, ni tampoco para los semi-evolucionistas, –aquellos que evocan la creación y la palabra de Dios a modo de iniciación. La evolución necesita tanto tiempo, un período tan indefinido e indeterminado para conseguir lo que sea, que descarta la creación.
El evolucionista genuino reconoce que la creación debe ser inmediata; pero no cree en la acción inmediata, por lo tanto no acepta la creación. No olvidéis que la creación, o bien es inmediata, o no es creación: si no es inmediata, entonces es evolución. Así, volviendo a la creación en el principio, cuando Dios habla, en su palabra está la energía creadora que produce lo que esa palabra pronuncia. En eso consiste la creación; y esa palabra de Dios es la misma ayer, y hoy, y por los siglos; vive y permanece para siempre; tiene vida eterna en sí misma. La palabra de Dios es algo viviente. La vida en ella contenida es la vida de Dios –vida eterna. Por lo tanto, es la palabra de vida eterna, como Jesús dijo, y permanece para siempre. Es la palabra de Dios para siempre, y posee eternamente la energía creadora en ella misma.

Así, cuando Jesús estuvo aquí, dijo: "Las palabras que yo os he hablado, son espíritu, y son vida". Las palabras que Jesús habló son las palabras de Dios. Están impregnadas de la vida de Dios. Son vida eterna, permanecen para siempre; y en ellas está la energía creadora para producir lo que declaran.

Así lo ilustran muchos incidentes en la vida de Cristo, tal como narra el Nuevo Testamento. Me referiré a uno o dos de ellos, a fin de que podáis captar el principio. Recordáis que tras el sermón de la montaña, Jesús descendió, y encontró a un centurión que le dijo: "Señor, mi mozo yace en casa paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré". El centurión dijo: "Señor, no soy digno de que entres debajo de mi techado; mas solamente di la palabra, y mi mozo sanará". Jesús, dirigiéndose a quienes le seguían, dijo: "ni aun en Israel he hallado fe tanta".

Israel tenía la Biblia; conocía la palabra de Dios. Se enorgullecía de ser el pueblo del libro, el pueblo de Dios. Lo leían. Predicaban en sus sinagogas: "mi palabra [la de Dios]… hará lo que yo quiero". Cuando leían esa palabra, decían: ‘Correcto: hay algo que hacer. Vemos la necesidad de que se haga, y así lo haremos. Lo cumpliremos’. Entonces hacían lo mejor de su parte para cumplirlo. Su realización les tomaba un tiempo considerable. Realmente un larguísimo tiempo. Tan largo, de hecho, que jamás lo cumplieron. El genuino cumplimiento de la palabra quedaba tan lejano, que tenían que exclamar: "Si una sola persona, durante un sólo día fuese capaz de guardar toda la ley, sin ofender en ningún punto… Incluso si una sola persona pudiese guardar la parte de la ley que se refiere a la debida observancia del sábado, entonces los problemas de Israel llegarían a su fin, y vendría por fin el Mesías". Así, aunque comenzaban por cumplir lo que la palabra decía, les tomaba tanto tiempo que jamás lo alcanzaban. ¿Qué eran, entonces?

Estaba la palabra de Dios, que decía, "hará lo que yo quiero, y será prosperada". Hablaba, pues, de su poder creador. Y, si bien profesaban creer en la energía creadora de la palabra de Dios, en sus propias vidas negaban tal cosa, y decían ‘Lo haremos’. Miraban hacia ellos mismos para el proceso que les llevaría al punto en que esa palabra y ellos estarían en armonía. ¿Qué eran? ¿Tenéis miedo a responder, porque quizá esa misma situación haya sido la vuestra? No tengáis reparos en decir que eran evolucionistas, ya que eso es lo que eran, y eso somos muchos de nosotros. Su proceder era antagónico al de la creación; no había allí ninguna creación. No eran hechos nuevas criaturas; ninguna vida nueva se formaba en su interior; no era el poder de Dios el que obraba; todo venía de ellos mismos; y tan lejos estaban de creer realmente en la creación, que rechazaron al Creador y lo expulsaron del mundo crucificándolo. Ese es el fruto invariable de la evolución, ya que no olvidéis que la evolución es directamente contraria a la creación.

Ese era el pueblo al que Jesús se refería cuando hizo esa declaración sobre la fe en Israel. Tenemos aquí a un hombre romano que había crecido entre los judíos, quienes habían anulado la enseñanza de Jesús. El centurión había estado en las inmediaciones de Jesús, y le había oído hablar. Escuchó sus palabras y observó el efecto que tenían, hasta el punto en que se dijo a sí mismo: ‘Todo lo que este hombre dice, sucede. Cuando dice una cosa, se cumple’. ‘Voy a apropiarme de eso’, de forma que fue a Jesús, y le dijo lo que está escrito. Jesús sabía perfectamente que el centurión tenía la mente puesta en el poder de su palabra para cumplir lo dicho; y replicó, ‘Muy bien, voy a ir a sanar a tu siervo’.
–¡Oh no, mi Señor, no necesitas venir! Podéis ver que el centurión estaba poniendo a prueba esa verdad, para ver si había o no poder en la palabra. De manera que dijo, "Solamente di la palabra, y mi mozo sanará". Jesús respondió al centurión, "Ve, y como creíste te sea hecho. Y su mozo fue sano en el mismo momento". Cuando esa palabra fue pronunciada, "Ve, y como creíste te sea hecho", ¿Cuánto tiempo pasó hasta que el mozo fue sano? ¿Veinte años?
–No. ¿No tuvo que pasar por muchos altibajos antes de ser efectivamente sanado? Honestamente…
–No, no. Cuando se pronunció la palabra, la palabra cumplió lo dicho, y lo cumplió al acto.
Otro día, Jesús estaba andando, y un leproso a cierta distancia de Él lo vio y lo reconoció. También él se había aferrado a la bendita verdad del poder de la energía creadora de la palabra de Dios. Dijo a Jesús, "Si quieres, puedes limpiarme". Jesús se detuvo y le dijo, "Quiero, queda limpio. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio" (Mar. 1:41,42, Biblia de Jerusalem). No se nos autoriza a introducir ni un momento de tiempo entre la pronunciación de la palabra y el cumplimiento del hecho: Fue curado "al instante".

Veis que la palabra de Dios, al principio de la creación, tenía en ella misma la energía creadora para producir lo que la palabra pronunciaba. Veis también que cuando Jesús vino al mundo para mostrar a los hombres el camino de la vida, a salvarlos de sus pecados, demostró una y otra vez, aquí, allá y por todas partes, a todo hombre y por siempre, que la misma palabra de Dios tiene todavía la misma energía creadora en ella; de manera que cuando es pronunciada, allí está en su integridad la energía creadora para cumplir lo dicho por la palabra.

Ahora, ¿eres evolucionista o eres creacionista? La palabra te habla a ti. La has leído, profesas creerla. Crees en la creación, a pesar de los evolucionistas; ¿Creerás ahora en la creación, a pesar de ti mismo? ¿Te pondrás hoy sobre la plataforma en la que no permitirás que nada se interponga entre ti y la energía creadora de esa palabra –ningún período de tiempo, de la duración que sea?

Jesús dijo a cierta persona, "Tus pecados te son perdonados". ¿Cuánto tiempo tardó en cumplirse? –No pasó ninguna cantidad de tiempo entre la palabra "perdonados", y el hecho. Esa misma palabra te es comunicada a ti hoy. ¿Por qué dejarías pasar ningún tiempo entre esa palabra que se te declara, y su cumplimiento? Hace muy poco has convenido en que cualquiera que deja pasar un minuto, o siquiera un segundo, entre la declaración de la palabra de Dios y la realización del hecho, es un evolucionista. Y has dicho bien. Así es, no lo olvides. Ahora te pregunto, ¿por qué es que cuando te declara perdón dejas pasar días enteros antes que sea efectivo en ti, antes de que en ti se cumpla? Dijiste que el hombre antes referido es un evolucionista. Y tú, ¿qué eres, querría saber? ¿Dejarás de ser evolucionista, para ser creacionista?

Este día será de especial importancia para muchos de los aquí presentes, porque muchos decidirán hoy esa cuestión en uno u otro sentido. Si sales de aquí siendo evolucionista, estás en peligro. Se trata de un asunto de vida o muerte. Dijiste que la evolución es infidelidad, y es así; por lo tanto, si abandonas esta reunión siendo evolucionista, ¿cuál es tu posición?, ¿cuál será tu elección? Si sales de aquí sin el perdón de los pecados, eres evolucionista, ya que permites que el tiempo pase entre la declaración de la palabra y el cumplimiento del hecho.

A partir de lo expuesto, podéis ver que quien permite que pase cualquier cantidad de tiempo entre el pronunciamiento de la palabra y la realización del hecho, es evolucionista. La palabra de Dios para ti es, "Mujer, tus pecados te son perdonados", "Hombre, tus pecados te son perdonados". [Pastor Corliss: ‘¿No dijo, tus pecados te serán perdonados?’] No, por cierto. "Tus pecados te son perdonados". Tiempo verbal presente. Doy gracias a Dios de que así sea, ya que en la palabra "perdonados" está la energía creadora que quita todo pecado, haciendo al hombre una nueva criatura. Creo firmemente en la creación. ¿Y tú? ¿crees en la energía creadora contenida en la palabra "perdonado" que Dios te declara? ¿O bien eres evolucionista y dices, ‘no veo cómo eso pueda ser así, indigno como soy’? ‘He estado intentando hacer el bien, pero he fracasado muchas veces; he tenido muchos altos y bajos, y he estado bastantes más veces abajo que arriba’. Si eso es lo que dices, debes reconocerte evolucionista, porque en eso consiste la evolución.

Muchos han estado suspirando prolongadamente por un corazón limpio. Dicen: ‘Creo en el perdón de los pecados y todo eso, y lo querría hacer mío si estuviese seguro de que puedo mantenerlo; pero hay tanta maldad en mi corazón, y tantas cosas que vencer, que no tengo ninguna seguridad". Pero entonces viene la palabra, "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio". El corazón limpio viene por creación, y sólo por creación. Y ésta es obrada por la palabra de Dios. Porque dice: "Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros". ¿Eres ahora creacionista, o evolucionista? ¿Saldrás de esta casa con un corazón impío, o con un corazón nuevo, creado por la palabra de Dios, (la palabra que posee la energía creadora que hace nuevo el corazón)? Te declara un corazón nuevo. A todos habla exactamente de ese modo; si permites que pase el tiempo entre la palabra pronunciada y el corazón nuevo, estás siendo evolucionista. Cuando permites que cualquier fracción de tiempo se interponga entre la palabra pronunciada y su cumplimiento en tu experiencia, estás cediendo a la evolución.

Algunos de los que aquí están, han dicho: ‘Sí, lo quiero. Voy a tenerlo. Creo que la palabra lo cumplirá, pero han alargado el tiempo hasta la próxima reunión, y así sucesivamente, dejando transcurrir los años; han sido tan evolucionistas como todo eso. "Mientras que muchos siguen preguntándose sobre los misterios de la fe y la piedad, habrían podido resolver el asunto si hubiesen proclamado, ‘Yo sé que Jesucristo es mi porción eterna’ ". El poder para obrar tal cosa está en la palabra de Dios; y cuando eso se acepta, allí está la energía creadora, produciendo lo que se ha declarado. De manera que podéis resolver todo el asunto del misterio de la fe y la piedad proclamando que sabéis que Cristo es vuestra porción eterna.

Hay un misterio en cómo Dios puede manifestarse en una carne pecaminosa tal como la tuya. Pero considera, la cuestión no es ahora el misterio en sí; la cuestión es, ¿Hay tal cosa como la creación? ¿Existe un Creador, capaz de crear en ti un corazón puro? ¿O bien todo es simplemente evolución? Desde ahora y hasta el fin del mundo, la cuestión para los adventistas debe ser, ¿crees en el Creador? Y si crees en el Creador, ¿de qué forma crea?
–Por supuesto, respondes ‘por la palabra de Dios’. Muy bien. Ahora, ¿crea cosas para ti, mediante esa palabra? ¿Eres creacionista para los otros evolucionistas, y evolucionista para los otros creacionistas? ¿Será eso posible? Otra cosa: La palabra dice, "Queda limpio". Cierto día dijo, "Sea la luz. Y fue la luz". Al leproso le dijo "Queda limpio", y "al instante" quedó limpio. Ahora te dice a ti, "Queda limpio". Y ¿Qué pasa? [Voz: ‘Que es así’]. Por el bien de tu alma, ponte bajo el influjo de la palabra creadora. Reconoce la energía creadora en la palabra de Dios que desde la Biblia llega a ti; porque esa palabra de Dios en la Biblia, es la misma para ti hoy que cuando llamó los mundos a la existencia, cuando hizo la luz allí donde sólo había tinieblas, y cuando curó al leproso. Esa palabra pronunciada hoy sobre ti, si la recibes, hace de ti una nueva criatura en Cristo Jesús; esa palabra, pronunciada en el caos y vacío de tu corazón, si la tomas, produce allí la luz de Dios; esa palabra que hoy te es declarada, aunque estés enfermo de la lepra del pecado, si la recibes, te limpia al instante. Acéptala. Recíbela.

¿Cómo seré limpio?
–Por la energía creadora de esa palabra: "Queda limpio". Por lo tanto, está escrito: "Ya vosotros sois limpios, por la palabra que os he hablado" (Juan 15:3). ¿Lo seréis? ¿Serás un creacionista, desde este momento? ¿O seguirás evolucionista?

Observa qué gran bendición. Cuando lees la palabra, la recibes y meditas en ella, ¿Qué es para ti en todo momento? ¡Creación! La energía creadora obra en ti, produciendo las cosas pronunciadas por la palabra; y estás viviendo ante la presencia misma del poder creador. La creación actúa en tu vida. Dios crea en ti justicia, santidad, verdad, fidelidad –toda buena dádiva.

Cuando así suceda, tu observancia del sábado tendrá significado, ya que el sábado es un memorial de la creación, –la señal de que quien lo guarda conoce al Creador, y está familiarizado con el proceso de la creación. Pero tu observancia del sábado es un fraude en la medida en que eres evolucionista.

A menos que reconozcas diariamente la palabra de Dios como una energía creadora en tu vida, tu observancia del sábado es un fraude; ya que el sábado es un memorial de la creación. Es una "señal entre mí y vosotros, para que sepáis que yo soy Jehová vuestro Dios", el Creador de todas las cosas.

En el capítulo segundo de Efesios, versículos ocho al diez, leemos: "Porque por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios: No por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, criados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó para que anduviésemos en ellas".

No necesitas esperar ninguna buena obra que parta de ti mismo. Lo has estado intentando. El evolucionista intenta, y lo está intentando siempre, sin conseguirlo nunca. ¿Por qué continuar intentando hacer buenas obras, cuando sabes que fracasas? Escúchame: nunca habrá nada bueno en ti, de la clase que sea, desde ahora hasta el fin del mundo, si no es porque el Creador en persona lo cree allí por su palabra, que contiene en sí misma la energía creadora. No olvides eso. ¿Quieres andar en buenas obras cuando abandones este lugar? Eso sólo puede darse si eres creado en Cristo Jesús para esas buenas obras. Deja de intentarlo. Mira al Creador y recibe su palabra creadora. "La palabra de Cristo habite en vosotros en abundancia"; entonces aparecerán esas buenas obras; serás un cristiano. Entonces, debido a que vives con el Creador, y estás en presencia de la energía creadora, tendrás esa paz, esa grata quietud. Tendrás esa fuerza y crecimiento genuinos que corresponden a un cristiano.

Cuando te dice que "somos hechura suya, criados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó para que anduviésemos en ellas", reconoce ahí al Creador, –reconoce solamente las buenas obras que en ti son creadas, no considerando ninguna obra que no sea creada, ya que no hay nada bueno, aparte de lo que el Señor haya creado.

Ahora eres creado de nuevo en Cristo Jesús. Él lo corrobora. Dale las gracias porque es así. ¡No irás a ser evolucionista esta vez! Se trata de tiempo verbal presente, "somos hechura suya", somos creados en Cristo Jesús para buenas obras. ¿Lo eres tú? La palabra es pronunciada. Es la palabra creadora. ¿Cuánto tiempo permitirás que pase entre la palabra de Dios y el que tú seas creado de nuevo? En relación a la creación del Génesis, has dicho que aquel que admite siquiera un minuto entre la palabra y el hecho, es un evolucionista. ¿Qué serás, con respecto a esa palabra de Dios que crea al hombre en Cristo Jesús, para buenas obras? ¿Serás aquí evolucionista? Seamos todos creacionistas.

¿Comprendes que de esa manera no va a requerir un largo, tedioso y agotador proceso el que estés preparado para recibir al Señor en su gloria? Muchos están mirando a ellos mismos. Saben que, de forma natural, el que estén plenamente preparados para recibirlo, les va a ocupar un larguísimo tiempo. En realidad, si es mediante evolución, no llegará nunca. Pero si es mediante la creación, será obrado de forma rápida y segura. Esa palabra que antes he mencionado, es la palabra que cada uno puede aquí aplicarse a sí mismo: "Mientras que muchos siguen preguntándose sobre los misterios de la fe y la piedad, habrían podido resolver el asunto si hubieran proclamado, ‘Yo sé que Jesucristo es mi porción eterna’ ".

¿Comprendéis cuán evolucionistas hemos sido? ¿Dejaremos de serlo? Vengamos ahora, seamos creacionistas y rompamos con lo anterior. Seamos verdaderos guardadores del sábado. Creamos al Señor. Él pronuncia perdón. Declara un corazón limpio. Declara santidad, la crea. Permítele que la cree en ti. Abandona la evolución y permite que esa fuerza creadora obre en ti, esa energía que la palabra declara; y antes de dejar esta reunión, Dios puede haberte preparado para encontrarte con Él. Efectivamente, en ese mismo proceso te encuentras con Él. Y cuando se haya producido el encuentro, y se produzca cada día, ¿no estás preparado para venir al encuentro de tu Dios? ¿Lo crees así? Crees que hizo los mundos cuando habló, que la luz fue hecha por su palabra, y que el leproso fue limpio "al instante" cuando Jesús habló; pero en cuanto a ti, crees que tiene que pasar un considerable lapso de tiempo entre la declaración de la palabra y el cumplimiento del hecho. ¡Oh! ¿Por qué habrías de ser evolucionista? Creación, creación.
–De eso se trata.

Vosotros y yo tenemos que invitar a la gente a la cena; tenemos que decirles, "Venid, que ya está todo listo" ¿Cómo podré llamar a un hombre diciéndole que ya está todo listo, si yo mismo no estoy listo? Es comenzar en falso. Mis palabras no lo conmoverán: no son más que un sonido hueco. Pero ¡Ah!, cuando en ese llamamiento está la energía creadora de la palabra que nos ha hecho estar listos, que nos ha limpiado de todo pecado, que nos ha creado para buenas obras, que nos sustenta como es sustentado el sol en la órbita que Dios le señala – entonces marchamos con decisión, y decimos al mundo que yace en maldad, "Venid, que ya está todo listo", y entonces nos oirá. En el llamado distinguirán los atractivos tonos de la voz del Buen Pastor, y se sentirán impulsados a acudir a Él para recibir esa energía creadora en su favor, a fin de ser hechos nuevas criaturas, y estar preparados para la cena a la que han sido llamados.

Ahí es donde estamos en la historia de este mundo. Estamos a punto de recibir el sello de Dios. Pero recordad, Él no pondrá nunca su sello sobre quien no haya sido purificado de toda contaminación. Dios no pondrá su sello sobre nada que no sea verdadero, que no sea bueno. ¿Le pedirás que ponga su sello de justicia sobre lo que no es más que injusticia? No pretenderás cosa semejante. Sabes que es demasiado recto como para hacer eso. Por lo tanto, debe limpiarte, a fin de poder poner su sello sobre su propia obra. Dios no puede poner su sello sobre tu obra. Su sello pertenece solamente a un documento aprobado por Él mismo. Permítele que escriba su carácter en tu corazón, y entonces podrá poner allí su sello; puede poner su sello de aprobación sobre tu corazón, solamente cuando su palabra creadora ha cumplido su propósito en tu corazón.

¿Podéis apreciar en presencia de Quién estamos? Ved lo infinito e inagotable que es un tema como este. Pero sobre todo, cuando terminemos, que nos encontremos ante la creación. Abandonemos ya la evolución. Que no pase ni un solo instante entre la palabra de Dios a ti declarada, y su cumplimiento en ti. Así, viviendo en presencia de la creación, andando junto al Creador, elevados por el poder creador, inspirados por la energía creadora, –con un pueblo como ese, Dios puede mover el mundo en muy poco tiempo.

Si al principio os ha parecido que era un tema más bien extraño para una ocasión como ésta [se trataba de la clausura de una semana de oración], podéis ahora ver que es pura verdad para hoy. Sólo hay dos caminos. No existe el terreno neutral. Todo hombre y mujer en el mundo, o bien es creacionista, o bien evolucionista. La evolución es infidelidad, es muerte. La creación es cristianismo, es vida. Escoge la creación, el cristianismo y la Vida, para que puedas vivir. Adhirámonos a la creación solamente, y por siempre. Y que todos puedan decir ‘Amén’.
Review and Herald, 21, 28; 7 Mar. 1899

LA FE QUE SALVA

"Mas la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo): O, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para volver a traer a Cristo de los muertos). Mas ¿qué dice? Cercana está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe, la cual predicamos: Que si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo" (Rom. 10:6-9).

¿Podemos aceptar esas palabras, especialmente la afirmación de la última frase, como literalmente verdaderas? ¿No será peligroso si lo hacemos? ¿Acaso la salvación no requiere algo más que la fe en Cristo? A la primera pregunta respondemos: Sí. Y a las otras dos, No; y nos referimos a las Escrituras para corroborarlo. Una afirmación tan categórica como la comentada, no puede ser sino literalmente cierta, y merecedora de toda la confianza del tembloroso pecador.
A modo de evidencia, considérese el caso del carcelero de Filipos. Pablo y Silas, tras haber sido tratados de forma inhumana, fueron puestos a su cuidado. A pesar de sus dorsos sangrantes y de sus pies esposados, oraban y cantaban alabanzas a Dios en medio de la noche, cuando súbitamente, un terremoto sacudió la prisión y se abrieron todas las puertas. Lo que hizo temblar al carcelero no fue solamente el miedo natural de sentir cómo cedía la tierra bajo sus pies, ni siquiera el temor a la justicia romana si escapaban los prisioneros a su cargo. En aquel terremoto sintió una premonición del gran día del juicio con respecto al que los apóstoles habían predicado; y, temblando bajo su carga de culpa, se postró ante Pablo y Silas, diciendo, "Señores, ¿qué es menester que yo haga para ser salvo?" Observad bien la respuesta, porque aquí nos encontramos ante un alma en situación de extrema necesidad, y lo que fue adecuado para él debe ser el mensaje para todos los perdidos. A ese angustioso clamor del carcelero, respondió Pablo, "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú, y tu casa" (Hech. 16:30,31). Eso concuerda perfectamente con las palabras de Pablo en Romanos, citadas con anterioridad.

Los judíos dijeron cierto día a Jesús, "¿Qué haremos para que obremos las obras de Dios?" Es precisamente lo que nos estamos preguntando. Obsérvese la respuesta: "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que Él ha enviado" (Juan 6:28,29). Esas palabras deberían estar escritas con letras de oro, y debieran estar continuamente presentes en el cristiano que lucha. Se aclara la aparente paradoja. Las obras son necesarias; sin embargo, la fe es totalmente suficiente, ya que la fe realiza la obra. La fe lo abarca todo, y sin fe no hay nada.

El problema es que, en general, se tiene una concepción errónea de la fe. Muchos imaginan que es un mero asentimiento, y que es solamente algo pasivo, a lo que hay que añadir las obras activas. Sin embargo, la fe es activa, y no es solamente lo principal, sino el único fundamento real. La ley es la justicia de Dios (Isa. 51:6,7), aquella que se nos amonesta a buscar (Mat. 6:33); pero no es posible guardarla si no es por fe, porque la única justicia que resistirá en el juicio es "la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Fil. 3:9).

Leed las palabras de Pablo en Romanos 3:31: "¿Luego deshacemos la ley por la fe? En ninguna manera; antes establecemos la ley". El que el hombre deshaga la ley, no significa la abolición de la ley, ya que tal cosa es una imposibilidad. Es tan permanente como el trono de Dios. Por más que el hombre diga esto o aquello sobre la ley, y por más que la pisotee y desprecie, la ley continúa inamovible. La única manera en la que el hombre puede deshacer la ley es dejándola sin efecto en su corazón, mediante su desobediencia. Así, en Números 30:14,15, de un voto que ha sido quebrantado, se dice que está anulado o deshecho. De manera que, cuando el apóstol dice que no deshacemos la ley por la fe, significa que la fe y la desobediencia son incompatibles. Poco importa la profesión de fe que pretenda aquel que quebranta la ley, el hecho de que sea un transgresor de la ley denuncia su ausencia de fe. Por el contrario, la posesión de la fe se demuestra por el establecimiento de la ley en el corazón, de forma que el hombre no peca contra Dios. Que nadie infravalore la fe, ni por un instante.

Pero ¿no dice el apóstol Santiago que la fe sola no puede salvar a nadie, y que la fe sin obras es muerta? Consideremos brevemente sus palabras. Demasiados las han convertido, aunque sin mala intención, en legalismo mortal. La afirmación es que la fe sin obras es muerta, lo que concuerda plenamente con lo dicho anteriormente. Si la fe sin obras es muerta, es porque la ausencia de obras revela la ausencia de fe; lo que está muerto no tiene existencia. Si el hombre tiene fe, las obras aparecerán necesariamente, y él no se jactará de la una ni de las otras; ya que la fe excluye la jactancia (Rom. 3:27). La jactancia se manifiesta solamente entre aquellos que confían en las obras muertas, o entre aquellos cuya profesión de fe es una burla vacía.

¿Qué hay, pues, de Santiago 2:14, que dice: "Hermanos míos, ¿qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?". La respuesta implícita es, naturalmente, que no podrá. ¿Por qué no podrá salvarle la fe? Porque no la tiene. ¿De qué aprovecha si un hombre dice que tiene fe, mientras que por su malvado curso de acción demuestra que no la tiene? Pablo habla a quienes profesan conocer a Dios, mientras que lo niegan con los hechos (Tito 1:16). El hombre al que se refiere Santiago pertenece a esta clase. El que no tenga buenas obras –o frutos del Espíritu–, muestra que no tiene fe, a pesar de su ruidosa profesión; de forma que la fe, efectivamente, no puede salvarlo; porque la fe no tiene poder para salvar a aquel que no la posee.
Bible Echo, 1 agosto 1890

EL FIN DE LA LEY ES CRISTO

En Romanos 10:4, leemos: "Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree". Antes de analizar lo que el texto quiere decir, consideraremos brevemente lo que el texto no quiere decir. No significa que Cristo ha puesto fin a la ley, ya que (1) Cristo mismo dijo, a propósito de la ley, "no he venido para abrogar" (Mat. 5:17). (2) El profeta dijo que, lejos de abolirla, "Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla" (Isa. 42:21). (3) La ley estaba en el propio corazón de Cristo: "Entonces dije: He aquí, vengo; En el envoltorio del libro está escrito de mí. El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado, y tu ley está en medio de mis entrañas" (Sal. 40:7,8). Y (4) puesto que la ley es la justicia de Dios, el fundamento de su gobierno, su abolición es una imposibilidad absoluta (ver Luc. 16:17).

Sin duda el lector sabe que la palabra "fin" no significa necesariamente "terminación". Se la emplea frecuentemente con el sentido de designio, finalidad, objeto o propósito. En 1ª de Timoteo 1:5, el mismo autor dijo: "El fin del mandamiento es la caridad nacida de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida". El término "caridad" que aparece aquí, se traduce mejor por "amor", tal como reflejan las versiones [Reina Valera] más recientes. En 1ª de Juan 5:3 leemos: "Este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos"; y el mismo Pablo afirma que "el amor es el cumplimiento de la ley" (Rom. 13:10). En ambos textos se emplea la misma palabra agape que encontramos en 1ª de Timoteo 1:5. Por lo tanto, el texto significa que el propósito del mandamiento (o ley) es que fuese obedecido. Es de todo punto evidente.

Pero ese no es el objetivo último de la ley. En el versículo siguiente al que estamos considerando, Pablo cita a Moisés, quien afirmó "que el hombre que hiciere estas cosas, vivirá por ellas". Cristo dijo al joven rico, "si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mat. 19:17). Ahora, puesto que el designio de la ley era que fuese obedecida, o, dicho de otro modo, que produjese caracteres rectos, y siendo que la promesa era que los obedientes vivirían, podemos concluir que el propósito último de la ley era dar vida. Pablo resume lo anterior en sus palabras, "el mismo Mandamiento, destinado a dar vida…" (Rom. 7:10).

Pero, "por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios", y por cuanto "la paga del pecado es muerte", resulta imposible que la ley cumpla su propósito de producir caracteres perfectos y de dar vida en consecuencia. Cuando un hombre quebrantó ya la ley, ninguna obediencia subsecuente puede hacer jamás perfecto su carácter, de manera que la ley que había sido destinada a dar vida, resultó ser mortal (Rom. 7:10).

Si nos detuviésemos aquí, ante la imposibilidad de la ley para cumplir su propósito, dejaríamos a todo el mundo bajo la condenación y sentencia de muerte. Pero vemos que Cristo asegura al hombre, tanto la justicia como la vida. Leemos, "siendo justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en Cristo Jesús" (Rom. 3:24). "Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Rom. 5:1). Más que eso, nos capacita para obedecer la ley, "Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él" (2 Cor. 5:21). Por lo tanto, para nosotros es posible el ser hechos perfectos en Cristo –la justicia de Dios–, y eso es precisamente lo que habríamos sido, en el caso de que hubiésemos mantenido una obediencia constante e inquebrantable a la ley.

Leemos: "Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, mas conforme al Espíritu… porque lo que era imposible a la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley fuese cumplida en nosotros, que no andamos conforma a la carne, mas conforme al Espíritu" (Rom. 8:1-4).

¿Qué es lo que era imposible a la ley? –No podía liberar de la condenación ni a una sola alma culpable. ¿Por qué no? –Por cuanto era débil por la carne. No es que la debilidad esté en la ley: está en la carne. No es que haya un defecto en la herramienta, que impida la construcción de la estructura. La ley no podía limpiar el registro pasado de un hombre, y hacerlo impecable; y el hombre caído y desvalido no tenía la fuerza para apoyarse en su carne a fin de poder guardar la ley. De manera que Dios imputa a los creyentes la justicia de Cristo, que fue hecho en semejanza de carne de pecado, "para que la justicia de la ley fuese cumplida" en sus vidas. Y así, el fin de la ley es Cristo.

Diremos, concluyendo, que el designio de la ley era dar vida, al ser obedecida. Todos los hombres han pecado, y fueron sentenciados a muerte. Pero Cristo tomó sobre sí mismo la naturaleza humana, e impartirá su propia justicia a quienes acepten su sacrificio, y finalmente cuando vienen a ser, por medio de Él, hacedores de la ley, entonces cumplirá en ellos su propósito último, coronándolos de vida eterna. Y así repetimos aquello que nunca apreciaremos demasiado, que Cristo Jesús nos ha sido hecho por Dios "sabiduría, y justificación, y santificación, y redención".
Bible Echo, 15 febrero 1892

VIDA ABUNDANTE

"En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz en las tinieblas resplandece; mas las tinieblas no la comprendieron" (Juan 1:4,5). Una traducción más correcta es: "mas las tinieblas no pudieron apagarla", que provee gran ánimo al creyente. Veamos en qué consiste.

CRISTO es la luz del mundo. Ver Juan 8:12. Pero esa luz es su vida, tal como indica el texto introductorio. Nos dice: "Yo soy la luz del mundo: el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida". El mundo entero estaba sumido en las tinieblas del pecado. Tal oscuridad era consecuencia de una falta del conocimiento de DIOS; como dijo el apóstol Pablo de aquellos otros gentiles, que "teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de DIOS por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón" (Efe. 4:18).

Satán, el gobernante de las tinieblas de este mundo, había hecho todo lo posible para engañar al hombre en cuanto al verdadero carácter de DIOS. Había hecho creer al mundo que DIOS era como el hombre: cruel, vengador, dado a la pasión. Hasta los judíos, el pueblo que DIOS había elegido para ser el portavoz de su luz al mundo, se habían apartado de DIOS, y si bien profesaban estar separados de los paganos, se vieron envueltos en las tinieblas del paganismo. Entonces vino Cristo, y "el pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los sentados en región y sombra de muerte, luz les esclareció" (Mat. 4:16). Su nombre fue EMMANUEL, Dios con nosotros. "DIOS estaba en CRISTO". DIOS desmintió las falsedades de Satanás, no mediante argumentos dialécticos, sino simplemente viviendo su vida entre los hombres, de manera que todos pudieran verla.

La vida que CRISTO vivió no tuvo ni una mancha de pecado. Satanás ejerció sus artes poderosas, sin embargo no pudo afectar a esa vida impecable. Su luz brilló siempre con fulgor perenne. Debido a que Satanás no pudo manchar su vida con la más leve sombra de pecado, no pudo arrebatarlo con su poder, el del sepulcro. Nadie pudo tomar la vida de CRISTO de sí; Él la ofreció voluntariamente. Y por la misma razón, tras haberla depuesto, Satanás no pudo evitar que Él la tomase de nuevo. Jesús dijo: "Yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, mas yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi PADRE" (Juan 10:17,18). Al mismo efecto van dirigidas las palabras del apóstol Pedro, relativas a CRISTO: "Al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible ser detenido de ella" (Hech. 2:24). Quedó así demostrado el derecho del SEÑOR JESUCRISTO a ser hecho sumo sacerdote "según la virtud de vida indisoluble" (Heb. 7:16).

Esa vida infinita, inmaculada, CRISTO la da a todo el que cree en Él. "Como le has dado la potestad de toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Esta empero es la vida eterna: que te conozcan el solo DIOS verdadero, y a JESUCRISTO, al cual has enviado" (Juan 17:2,3). CRISTO mora en los corazones de todos aquellos que creen en Él. "Con CRISTO estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive CRISTO en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del HIJO de DIOS, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí" (Gál. 2:20). Ver también Efesios 3:16,17.

CRISTO –la luz del mundo– al morar en los corazones de sus seguidores, los constituye en la luz del mundo. Su luz no proviene de ellos mismos, sino de CRISTO que mora en ellos. Su vida no viene de ellos mismos; sino que es la vida de CRISTO manifestada en su carne mortal. Ver 2ª de Corintios 4:11. En eso consiste vivir una "vida cristiana".

Esta luz viviente que viene de DIOS, fluye en un caudal ininterrumpido. El salmista exclama: "Porque contigo está el manantial de la vida: en tu luz veremos la luz" (Sal. 36:9). "Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de DIOS y del CORDERO" (Apoc. 22:1). "Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye diga: Ven. Y el que tiene sed, venga: y el que quiere, tome del agua de la vida de balde" (Apoc. 22:17).

"Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no comiereis la carne del HIJO del hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero" (Juan 6:53,54). Esa vida de CRISTO la comemos y bebemos al sentarnos a la mesa de su PALABRA, ya que añade, "El Espíritu es el que da vida; la carne nada aprovecha: las palabras que yo os he hablado, son espíritu, y son vida" (vers. 63). CRISTO mora en su Palabra inspirada, y a través de ella obtenemos su vida. Esa vida es dada gratuitamente a todo aquel que la recibe, como acabamos de leer; y leemos que Jesús se puso en pie y clamó, diciendo: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" (Juan 7:37).

Esa vida es la luz del cristiano, y es lo que le hace ser una luz para otros. Es su vida; y la bendita seguridad para él, de que no importa a través de cuán densas tinieblas tenga que pasar, no tendrán poder para apagar esa luz. La luz de la vida es suya, por tanto tiempo como ejerza la fe, y las tinieblas no pueden afectarle. Por lo tanto, que todo aquel que profesa el nombre del SEÑOR cobre ánimo, diciendo: "Tú, enemiga mía, no te huelgues de mí, porque aunque caí, he de levantarme; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz" (Miq. 7:8).
Bible Echo, 15 octubre 1892

GRACIA SIN MEDIDA Y SIN PRECIO

"Empero a cada uno de nosotros es dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo" (Efe. 4:7). La medida del don de Cristo es "toda la plenitud de la divinidad corporalmente". Eso es cierto, tanto si se considera desde el punto de vista del don que Dios hizo al dar a Cristo, como de la medida del don de Cristo, al darse a sí mismo. El don de Dios fue su Hijo unigénito, y "en Él habitaba toda la plenitud de la divinidad corporalmente". Por lo tanto, puesto que la medida del don de Cristo es la medida de la plenitud de la divinidad corporalmente, y dado que esa es la medida de la gracia que nos es dada a cada uno de nosotros, se deduce que a cada uno se nos da gracia sin medida, gracia ilimitada.

Desde el punto de vista de la medida del don por el que Cristo se nos da a nosotros, sucede lo mismo; "Se dio a sí mismo por nosotros", se dio por nuestros pecados, y en ello, se dio a sí mismo a nosotros. Puesto que en Él habitaba toda la plenitud de la divinidad corporalmente, y puesto que se dio a sí mismo, concluimos que la medida del don de Cristo, en lo que a Él respecta, no es otra cosa que la plenitud de la divinidad corporalmente. La medida, pues, de la gracia que se nos da a cada uno, es la medida de la plenitud de su divinidad. Sencillamente, inconmensurable.
Se mire como se mire, la clara palabra del Señor es que a cada uno de nosotros es dada la gracia según la medida de la plenitud de la divinidad corporalmente; es decir, gracia sin medida, sin límites: toda su gracia. Eso es bueno. Es cosa del Señor, es propio de Él, ya que Él es bueno.

Toda esa gracia ilimitada se nos da enteramente de forma gratuita "a cada uno de nosotros". A todos, a ti y a mí, tal como somos. Todo eso es bueno. Necesitamos precisamente toda esa gracia a fin de ser hechos lo que el Señor quiere que seamos. Y Él es tan condescendiente como para dárnoslo todo gratuitamente, para que verdaderamente podamos ser lo que Él quiere.

El Señor quiere que cada uno de nosotros seamos salvos, plenamente salvos. Y con ese fin nos ha dado la misma plenitud de la gracia, ya que es la gracia la que trae la salvación. Está escrito, "la gracia de Dios que trae salvación a todos los hombres, se manifestó" (Tito 2:11). Así, el Señor quiere que todos sean salvos, por lo tanto dio toda su gracia, trayendo salvación a todos los hombres. Toda la gracia de Dios se da gratuitamente a cada uno, trayendo salvación a todos los hombres. El que la reciban todos, o solamente algunos, es otra cuestión. Lo que ahora estamos considerando es la verdad y el hecho de que Dios la ha dado. Habiéndolo dado todo, no queda ninguna duda, aun siendo cierto que el hombre pueda rechazarlo.

El Señor quiere que seamos perfectos, y así está escrito: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto". Deseando que seamos perfectos, nos ha dado a cada uno toda su gracia, trayendo la plenitud de su salvación a fin de presentar a todo hombre perfecto en Cristo Jesús. El auténtico propósito de ese don de su gracia infinita es que podamos ser hechos semejantes a Jesús, quien es la imagen de Dios. Así pues, leemos: "A cada uno de nosotros es dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo… para perfección de los santos… hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo".

¿Quieres ser semejante a Jesús? Recibe la gracia tan plena y libremente dada. Recíbela en la medida en que Dios la ha dado, no en la medida en la que tú piensas que la mereces. Entrégate a ella, a fin de que pueda obrar por ti, y en ti, el asombroso propósito para el que ha sido dada, y así sucederá. Te hará semejante a Jesús. Cumplirá el propósito y la voluntad de Aquel que la dio. "Entregaos a Dios". "Que no recibáis en vano la gracia de Dios".
Review and Herald, 17 abril 1894

?GRACIA O PECADO?

Nunca insistiremos demasiado en que bajo el reino de la gracia es tan fácil hacer el bien, como bajo el reino del pecado es hacer el mal. Tiene que ser así; ya que si en la gracia no hay más poder que en el pecado, no puede haber salvación del pecado. Pero la hay, ninguno que crea en Cristo puede negarlo.

La salvación del pecado depende de que haya más poder en la gracia que en el pecado. Siendo así, allí donde sea el poder de la gracia el que tenga el control, será tan fácil la práctica del bien, como lo es la del mal en ausencia de ésta.

Ningún hombre encontró difícil hacer el mal, de forma natural. Su gran dificultad ha sido siempre hacer el bien. Eso es así porque de forma natural el hombre es esclavo de un poder –el poder del pecado–, que es absoluto en su reino. Y por tanto tiempo como ese poder gobierne es, no ya difícil, sino imposible hacer el bien que sabe y desea. Pero permítase que gobierne un poder superior a ese, y entonces ¿no está claro que será tan fácil servir a la voluntad del poder superior, cuando este gobierna, como lo fue el servir a la voluntad del otro poder, cuando reinaba?

Pero la gracia no es simplemente más poderosa que el pecado. Si eso fuese realmente todo lo que hay, incluso sólo con eso habría ya esperanza plena y ánimo para todo pecador en el mundo. Pero eso, por bueno que sea, no lo es todo; hay más: Hay mucho más poder en la gracia del que hay en el pecado. "Donde se agrandó el pecado, tanto más sobreabundó la gracia". Y de la misma forma en que hay mucho más poder en la gracia que en el pecado, así también sobreabunda la esperanza y el ánimo para todo pecador en el mundo.

Entonces, ¿cuánto más poder hay en la gracia que en el pecado? Permíteme que piense un momento. Permíteme que me haga un par de preguntas. ¿De dónde viene la gracia? –de Dios: "Gracia y paz de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo". ¿De dónde procede el pecado? –del diablo, desde luego. El pecado viene del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Pues bien, está tan claro como que dos y dos suman cuatro, que hay tanto más poder en la gracia que en el pecado, como tanto más poder hay en Dios que en el diablo. Queda igualmente claro que el reino de la gracia es el reino de Dios, y que el reino del pecado es el reino de Satán. ¿No resulta igualmente patente que es tan fácil servir a Dios por el poder de Dios, como fácil era servir a Satán por el poder de éste?

La dificultad está en que muchos intentan servir a Dios con el poder de Satán. Y eso es imposible. "O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol corrompido y su fruto dañado". El hombre no puede coger uvas de los espinos, ni higos de los abrojos. El árbol debe ser hecho bueno, raíz y rama. Tiene que ser renovado. "Es necesario nacer de nuevo". "Porque en Cristo Jesús, ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino la nueva criatura". Que nadie pretenda servir a Dios con nada que no sea el poder real y viviente de Dios, que lo hace una nueva criatura; con nada que no sea la gracia superabundante que condena el pecado en la carne, y que reina en justicia para vida eterna, por Cristo Jesús Señor nuestro. Entonces el servicio a Dios será verdaderamente "en novedad de vida"; entonces su yugo vendrá a ser "fácil" en verdad, y su carga "ligera". Entonces os alegraréis "con gozo inefable y glorificado" en su servicio.
¿Encontró Jesús alguna vez difícil hacer el bien? Todos diremos rápidamente, No. Pero ¿por qué? Él fue tan humano como lo somos nosotros, tomó la misma carne y sangre que nosotros. "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros". Y el tipo de carne que "fue hecho" fue precisamente el que existía en este mundo. "Debía ser en todo semejante a los hermanos". ¡"En todo"! No dice en casi todo. No hay excepción. Fue hecho en todo como nosotros. Por Él mismo, era tan débil como lo somos nosotros, ya que dijo: "No puedo yo de mí mismo hacer nada".

¿Por qué, pues, siendo hecho en todo como nosotros, le fue siempre fácil hacer el bien? Porque nunca confió en sí mismo, sino que su confianza fue siempre solamente en Dios. Dependió enteramente de la gracia de Dios. Siempre buscó servir a Dios, solamente con el poder de Dios. Por lo tanto, el Padre moró en Él, e hizo las obras de justicia. Por lo tanto, siempre le resultó fácil hacer el bien. Pero como Él, así estamos nosotros en este mundo. Nos ha dejado un ejemplo, para que podamos seguir sus pasos. "Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad", lo mismo que sucedió con Él. A Él ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; y desea que seamos "corroborados con potencia en el hombre interior por su Espíritu", "conforme a las riquezas de su gloria". "En Él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente"; y Él os corrobora con potencia en el hombre interior por su Espíritu, para "que habite Cristo por la fe en vuestros corazones", "para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios".
Cierto, Cristo participó de la naturaleza divina, y así lo hacéis vosotros, si sois hijos de la promesa, y no de la carne; ya que mediante las promesas sois "hechos participantes de la naturaleza divina". Nada se dio a Cristo, en este mundo, y nada tenía, que no te sea dado gratuitamente, o que no puedas tener.

Todo eso es con el fin de que puedas andar en novedad de vida, no sirviendo así al pecado; para que seas siervo únicamente de la justicia; para que puedas ser liberado del pecado; para que el pecado no tenga dominio sobre ti; para que puedas glorificar a Dios en la tierra; y para que puedas ser semejante a Jesús. Por lo tanto, "a cada uno de nosotros es dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo… hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo". Y "os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios".
Review and Herald, 1 setiembre 1896

NO RECIBÁIS EN VANO LA GRACIA DE DIOS


¿Está al alcance de todo creyente la gracia suficiente para guardarlo del pecado? Sí, ciertamente. Todos pueden tener la gracia suficiente para ser guardados de pecar. Se ha dado gracia abundante, y precisamente con ese propósito. Si alguien no la posee, no es porque no se haya dado suficiente medida de ella; sino porque no toma aquello que se dio. "A cada uno de nosotros es dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo" (Efe. 4:7). La medida del don de Cristo es Él mismo en su plenitud, y es la medida de "toda la plenitud de la divinidad corporalmente".
La plenitud de la divinidad es realmente inconmensurable, sin medida; no conoce límites, es simplemente lo infinito de Dios. Y esa es precisamente la medida de la gracia que se nos da a cada uno de nosotros. La infinita medida de la plenitud de la divinidad es lo único que puede expresar la proporción de gracia que se da a cada habitante de este mundo. "Donde se agrandó el pecado, tanto más sobreabundó la gracia". Esa gracia se da "para que, de la manera que el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna por Jesucristo Señor nuestro", y para que el pecado no se enseñoree de vosotros, pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.

Es también dada "para perfección de los santos". Su objetivo es llevar a cada uno a la perfección en Cristo Jesús –a esa perfección que es la medida plena de Dios, ya que se da para la edificación del cuerpo de Cristo, "hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento el Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo". Es dada "a cada uno de nosotros", "hasta que todos lleguemos" a la perfección, la medida de la edad de la plenitud de Cristo. Se da esa gracia a cada uno, allí donde el pecado abundó; y trae salvación a todo aquel al que se da. Llevándola en sí misma, la medida de la salvación que trae a cada uno es la medida de su propia plenitud, que no es otra que la plenitud de la divinidad.

Puesto que se da gracia ilimitada a cada uno, trayendo salvación según la medida de su propia plenitud, si alguno no tiene salvación ilimitada, ¿por qué razón será? Solamente puede ser porque no toma lo que se le da.

Puesto que a cada cual es dada la gracia sin medida, a fin de que reine contra todo el poder del pecado –tan ciertamente como antes reinó el pecado– y a fin de que el pecado no tenga el dominio; si éste tiene todavía el dominio en alguno, ¿donde radicará el problema? Sólo puede radicar en esto: en que no permita que la gracia obre por él, y en él, aquello para lo que fue dada. Frustra la gracia de Dios por su incredulidad. En lo que a él concierne, la gracia de Dios se ha dado en vano.

Pero todo creyente, por su profesión, da fe de que ha recibido la gracia de Dios. Por lo tanto, si en el creyente no reina la gracia en lugar del pecado; si la gracia no tiene dominio sobre el pecado, está claro que está recibiendo en vano la gracia de Dios. Si la gracia no está elevando al creyente hacia un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo, entonces está recibiendo en vano la gracia de Dios. De ahí que la exhortación de la Escritura sea: "Como ayudadores juntamente con Él, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios" (2 Cor. 6:1).

La gracia de Dios es totalmente capaz de cumplir aquello para lo que se dio, con tal que se le permita obrar. Hemos visto que, puesto que la gracia proviene de Dios, el poder de la gracia no es otro que el poder de Dios. Está claro que el poder de Dios es sobradamente capaz de cumplir todo aquello para lo que fue dado –la salvación del alma, liberación del pecado y del poder de éste, el reino de la justicia en la vida y el perfeccionamiento del creyente según la medida de la estatura de la plenitud de Cristo–, con tal que encuentre lugar en el corazón y en la vida, para obrar de acuerdo con la voluntad de Dios. Pero el poder de Dios lo es "para salud a todo aquel que cree". La incredulidad frustra la gracia de Dios. Muchos creen y reciben la gracia de Dios para los pecados pasados, pero se contentan con eso, y no permiten que el reinado de la gracia contra el poder del pecado ocupe en su alma el mismo lugar que tuvo para salvarle de los pecados pasados. Esa no es sino otra fase de la incredulidad. Así, en lo que respecta al gran objetivo final de la gracia –la perfección de la vida a la semejanza de Cristo–, prácticamente reciben la gracia de Dios en vano.

"Como ayudadores juntamente con Él, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios. (Porque dice: En tiempo aceptable te he oído, y en día de salud te he socorrido: he aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el tiempo de salud): No dando a nadie ningún escándalo, porque el ministerio nuestro no sea vituperado". Ahora, ese "ministerio" no se refiere solamente al ministro ordenado para el púlpito; incluye a todo el que recibe la gracia, o que nombra el nombre de Cristo. "Cada uno según el don que ha recibido, adminístrelo a los otros, como buenos dispensadores de las diferentes gracias de Dios… si alguno ministra, ministre conforme a la virtud…". Por lo tanto, no es su voluntad que se reciba la gracia de Dios en vano, a fin de que esa gracia y su bendita obra no puedan ser falsamente representadas ante el mundo, y que eso impida que los hombres se rindan a ella. No quiere que nadie reciba la gracia de Dios en vano, ya que cuando así sucede, se ocasiona verdaderamente "escándalo" a muchos, y el ministerio de la gracia es vituperado. Sin embargo, cuando la gracia de Dios no se recibe en vano, sino que se le da el lugar que le corresponde, no se dará "a nadie ningún escándalo", y el ministerio, no solamente no será vituperado, sino que será honrado.

Y a continuación, para mostrar cuán completo y abarcante será el reino de la gracia en la vida de quien no la reciba en vano, el Señor ha enumerado la siguiente lista, que incluye todo aquello en lo que hemos de tenernos como aprobados ante Dios. Leámosla atentamente:
"En todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades y angustias, en azotes, en cárceles, en alborotos, en trabajos, en desvelos, en ayunos, en pureza, en conocimiento, en longanimidad, en bondad, en Espíritu Santo, en amor no fingido, en palabra de verdad, en poder de Dios, en armas de justicia a la derecha y a la izquierda, por honra y por deshonra, por infamia y por buena fama; como engañadores, pero hombres de verdad; como ignorados, pero bien conocidos; como muriendo, pero vivos; como castigados, pero no condenados a muerte; como tristes, pero siempre gozosos; como pobres, pero enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, pero poseyéndolo todo".

Esa lista incluye todas las experiencias posibles en la vida de un creyente, en este mundo. Muestra que allí donde no se reciba en vano la gracia de Dios, esta tomará posesión y control de la vida, de manera que toda experiencia será tomada por la gracia, y nos hará aprobados ante Dios, edificándonos en la perfección según la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. "Como ayudadores juntamente con Él, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios".
Review and Herald, 22 setiembre 1896

CARNE DE PECADO

Muchas personas caen en un error grave y pernicioso.

Consiste en pensar que su antigua carne de pecado es erradicada en la conversión.
En otras palabras, cometen el error de pensar que la carne les será quitada, quedando así liberados de ella.

Entonces, cuando comprueban que tal cosa no ha sucedido, cuando ven que la misma vieja carne pecaminosa con sus inclinaciones, con sus clamores y seducciones, está aún allí, no pueden aceptar eso; caen en el desánimo, y están prontos a concluir que jamás han estado realmente convertidos.

Sin embargo, si recapacitasen un poco, podrían darse cuenta de que todo eso es un error. ¿Acaso no posees exactamente el mismo cuerpo, tras haber sido convertido, que el que tenías antes de la conversión? ¿No estaba compuesto exactamente del mismo material –carne, huesos, sangre– antes y después de convertirte? A esas preguntas todo el mundo contestará afirmativamente. Y con razón.

Hagámonos más preguntas: ¿No es esa carne exactamente de la misma cualidad que la anterior? ¿No sigue siendo carne humana, carne natural, tan ciertamente como antes? –A esas preguntas también responderán todos con un ‘Sí’.

Aún otra pregunta más: Siendo la misma carne, de la misma cualidad –carne siempre humana–, ¿no sigue siendo carne tan pecaminosa como la anterior?

Aquí precisamente es donde radica el error de esas personas. A ésta última pregunta, se sienten inclinados a responder, ‘No’, cuando debiera darse un ‘Sí’ decidido. Y eso, por tanto tiempo como permanezcamos en este cuerpo natural.

Cuando se acepta y reconoce constantemente que la carne de la persona convertida sigue siendo carne de pecado, y nada más que carne de pecado, uno está tan plenamente convencido de que en su carne no mora el bien, que jamás permitirá ni una sombra de confianza en la carne. Siendo así, su sola dependencia será en algo muy distinto de la carne, que es en el Espíritu Santo de Dios; la fuente de su fortaleza y esperanza estará siempre fuera de la carne, estará exclusivamente en Jesucristo. Y estando siempre en guardia, vigilante y desconfiado de la carne, no esperará ninguna cosa buena a partir de ella, estando así en disposición –mediante el poder de Dios– para rechazar de raíz, y aplastar sin compasión cualquier impulso o sugerencia que provengan de ella. De esa manera, no cae, no se desanima, sino que va de victoria en victoria y de fortaleza en fortaleza.

Ves, pues, que la conversión no pone carne nueva sobre el antiguo espíritu, sino un nuevo Espíritu sobre la vieja carne. No se trata de una carne nueva sobre la antigua mente, sino una mente nueva sobre la antigua carne. La liberación y la victoria no tienen lugar por la eliminación de la naturaleza humana, sino mediante la recepción de la naturaleza divina, para dominar y subyugar a la humana. No tiene lugar quitando la carne de pecado, sino enviando el Espíritu sin pecado, que conquista y condena al pecado en la carne.

La Escritura no dice. ‘Haya pues en vosotros esta carne que hubo también en Cristo’, sino que dice, "Haya pues en vosotros este sentir [literal: mente] que hubo también en Cristo Jesús" (Fil. 2:5).

La Escritura no dice, ‘transformaos por la renovación de vuestra carne’, sino "transformaos por la renovación de vuestra mente" (Rom. 12:2). Seremos finalmente trasladados por la renovación de nuestra carne, pero debemos ser transformados por la renovación de nuestra mente.

El Señor Jesús tomó la misma carne y sangre, la misma naturaleza humana que es la nuestra –carne como nuestra carne pecaminosa–, y a causa del pecado, y mediante el poder del Espíritu de Dios, por la mente divina que en Él había, "condenó al pecado en la carne" (Rom. 8:3). Y ahí está nuestra liberación (Rom. 7:25), ahí nuestra victoria. "Haya pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús". "Y os daré corazón nuevo, y pondré Espíritu nuevo dentro de vosotros".

Nunca te desanimes a la vista de la pecaminosidad de la carne. Es solamente a la luz del Espíritu de Dios, y por el discernimiento de la mente de Cristo que puedes ver tanta pecaminosidad en tu carne; y cuanta más de ella veas, ciertamente más del Espíritu de Dios tienes. Es un indicativo seguro. Por lo tanto, cuando ves abundante pecaminosidad en ti, agradece a Dios por haberte dado el Espíritu de Dios que te ha permitido descubrirla; y ten la seguridad de que "donde se agrandó el pecado, tanto más sobreabundó la gracia; para que, así como el pecado reinó para muerte, la gracia reine por medio de la justicia, para vida eterna, mediante nuestro Señor Jesucristo".
Review and Herald, 18 abril 1899

NO AL FORMALISMO (I)

El incrédulo Israel, careciendo de la justicia que es por la fe, y por lo tanto, no apreciando el gran sacrificio que hizo el Padre celestial, buscaba la justicia en virtud de ofrecerse a sí mismo, y en virtud del mérito de presentar tal ofrenda.

Se llegó así a pervertir cada fase del servicio, y todo lo que Dios había instituido como un medio de expresar la fe viviente, aquello que carecería de todo significado de no ser por la presencia y el poder de Cristo mismo en la vida. Y no solamente eso. No encontrando la paz y el gozo de una justicia satisfecha en nada de lo anterior, acumuló sobre eso lo que el Señor había establecido con otro propósito, pero que ellos pervirtieron según designios de su propia invención –añadieron a esas cosas diez mil tradiciones, ordenanzas y distinciones caprichosas de su propia imaginación–, y todo, todo, con la vana esperanza de alcanzar la justicia. Los rabinos enseñaban lo que prácticamente viene a ser una confesión de desesperación: "Si una persona pudiese por un solo día guardar toda la ley, sin ofender en ningún punto… Incluso si pudiese guardar ese punto de la ley que tiene que ver con la debida observancia del sábado, entonces terminarían los problemas de Israel, y el Mesías vendría por fin" (Farrar, Life and Work of St. Paul, p. 37. Ver también p. 36 y 83). ¿Qué podría describir el frío formalismo más adecuadamente que eso? Sin embargo, a pesar de esa reconocida carencia en sus vidas, se atribuían aún el mérito suficiente como para tenerse por mucho mejores que los demás, quienes resultaban no ser mejores que los perros, al ser comparados con ellos.

No sucede tal cosa con quienes son tenidos por justos por el Señor, sobre una libre profesión de fe, ya que cuando el Señor tiene a un hombre por justo, este es realmente justo ante Dios, y por eso mismo es separado de entre todos los del mundo. Pero eso no sucede en virtud de ninguna excelencia en él mismo, ni por un "mérito" en nada de lo que haya hecho. Es exclusivamente por la excelencia del Señor, y por lo que Él ha hecho. Y la persona que disfruta de tal situación sabe que por él mismo no es mejor que ningún otro, sino que a la luz de la justicia de Dios que le es impartida gratuitamente, él, en la humildad de la verdadera fe, está pronto a estimar a los demás como mejores que él (Fil. 2:3).

Esa atribución de gran crédito por lo que ellos mismos habían hecho, así como el tenerse por mejores que todos los demás, basado en el mérito de sus realizaciones, los condujo directamente a la propia justicia farisaica. Se creían tan superiores a cualquier otro pueblo, que ni siquiera había base posible para la comparación. Les parecía una revolución absolutamente descabellada la predicación de la verdad de que "no hay acepción de personas para con Dios".

Y ¿qué hay de la realidad cotidiana de un pueblo tal, durante todo ese tiempo? –Oh, solamente una vida de injusticia y opresión, malicia y envidia, disensión y fingimiento, calumnia y habladuría, hipocresía y vileza; enorgulleciéndose de su alta estima por la ley de Dios, y deshonrando a Dios con infracción de la ley; con los corazones llenos de homicidios, maquinando para derramar la sangre de Uno de sus hermanos, mientras que se negaban a cruzar el pretorio, ¡"por no ser contaminados"! Defensores rigurosos del sábado, pero pasando todo el día espiando con malicia, y conspirando para asesinar.

Lo que Dios pensaba –y piensa aún– de todo eso, se muestra claramente, a efectos de lo que nos interesa ahora, en dos cortos pasajes de la Escritura. He aquí su palabra a Israel –las diez tribus– estando todavía en "tiempo aceptable": "Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me darán buen olor vuestras asambleas. Y si me ofreciereis holocaustos y vuestros presentes, no los recibiré; ni miraré a los pacíficos de vuestros engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, que no escucharé las salmodias de tus instrumentos. Antes corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo" (Amós 5:21-24).

Y a Judá, aproximadamente en la misma época, dirigió palabras similares:
"Príncipes de Sodoma, oíd la palabra de Jehová; escuchad la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. ¿Para qué a mí, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Harto estoy de holocaustos de carneros, y de sebo de animales gruesos: no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demandó esto de vuestras manos, cuando vinieseis a presentaros delante de mí, para hollar mis atrios? No me traigáis más vano presente: el perfume me es abominación: luna nueva y sábado, el convocar asambleas, no las puedo sufrir: son iniquidad vuestras solemnidades. Vuestras lunas nuevas y vuestras solemnidades tienen aborrecida mi alma: me son gravosas; cansado estoy de llevarlas. Cuando extendiereis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos: asimismo cuando multiplicareis la oración, yo no oiré: llenas están de sangre vuestras manos. Lavad, limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de ante mis ojos; dejad de hacer lo malo: Aprended a hacer bien; buscad juicio, restituid al agraviado, oíd en derecho al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dirá Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos: si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana" (Isa. 1:10-18).

El mismo Señor había establecido esos días de fiesta y esas solemnes asambleas, ofrendas ardientes, ofrendas de sacrificios animales y sacrificios pacíficos; pero ahora dice que las aborrece y que no las aceptará. Los suaves cantos, ejecutados por corales bien adiestradas y acompañadas de instrumentos musicales en pomposa exhibición, todo aquello que ellos tenían por delicada música, para Dios se había convertido en ruido, y no deseaba oírlo más.

Nunca había establecido ni un solo día de fiesta, asamblea solemne, sacrificio, ofrenda o canto, para un propósito como el que le estaban dando. Los había señalado como el medio de expresar, en actitud de adoración, la fe viviente por la cual el Señor mismo moraría en el corazón y obraría justicia en la vida, de forma que pudiesen oír con derecho al huérfano y amparar a la viuda; entonces el juicio podría correr como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo.

Los cantos elegantes y refinados, si son entonados en clave de exhibición vana, no son mas que ruido; mientras que la sencilla expresión, "Padre nuestro", brotando de un corazón tocado por el poder de la fe viviente y genuina, "pronunciada con sinceridad por labios humanos, es música" que llega a nuestro Padre celestial, quien "ha inclinado a mí su oído" (Sal. 116:2), y trae la divina bendición y fortaleza al alma.

Con ese fin, y no otro, fueron establecidas esas cosas; y jamás con la hueca pretensión de que el formalismo mortal instalado en la iniquidad de un corazón carnal, produjese la respuesta de justicia. Nada la produciría, excepto el lavacro de los pecados por la sangre del Cordero de Dios, y la purificación del corazón por la fe viviente; sólo eso podría hacer aceptables ante Dios todas aquellas cosas que Él mismo estableció.
Bible Echo, 28 enero 1895